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iEl síndrome de Diógenes!

Con este curioso nombre, los médicos designan a aquellas personas que, debido a diversas presiones psicológicas o sociales, se caracterizan por el total abandono de sí mismas, por una absoluta falta de higiene personal que llegan hasta la suciedad extrema, por vivir en un completo aislamiento voluntario en el propio hogar, y sobre todo, se destacan por las grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos que acumulan por toda la casa, poniendo en riesgo su salud y, por ende, de las personas y el ambiente que les rodea.

 

Este fenómeno se estudió de manera científica por vez primera en 1960, y se le bautizó en 1975 de manera equivocada, como tantas veces sucede en esto de poner etiquetas, con el nombre de Síndrome de Diógenes, en clara referencia al griego propulsor de la doctrina cínica, que si bien vivía, según dicen, en una tinaja y buscaba por las calles con una linterna un hombre honesto, no guardaba desperdicio alguno en su modestísima morada porque su filosofía y práctica de vida consistía en poseer los menos bienes materiales posibles.

Si nos fijamos, hay un cierto paralelismo entre este tipo de síndrome y el que padece de manera tan repetida como profunda la capital dominicana. Santo Domingo, es una enorme tinaja que alberga una población de más de tres millones de habitantes, y que en asuntos de limpieza y salubridad, parece estar abandonada a su propia suerte por incompetencias e intereses de sus autoridades, y también por presiones económicas y políticas de los gobiernos de turno. Como los enfermos que sufren el síndrome de Diógenes, la ciudad se caracteriza por una falta de higiene extrema, y por esa manía, que podríamos llamar también basurofilia, de acumular desperdicios e inmundicias por todas la habitaciones y rincones de su considerable extensión geográfica, que sobrepasa ya los 100 km2.

Hay barrios y zonas capitaleñas en que la suciedad llega a ser tan extrema, que no parece que estemos en un país medianamente civilizado del hemisferio occidental, sino en un tercer o cuarto mundo de esos que aún existen en Oriente o en África. Y no hay sector, pobre, de clase media o privilegiado, que no esté más o menos -más que menos- sucio de manera permanente. Cada cierto tiempo, este fenómeno se recrudece por huelgas, falta de camiones, presupuestos escasos, por interesados manejos de vertederos, luchas de poder municipal, o por cualesquiera otras mil razones, apareciendo los tanques malolientes y las fundas de basuras apiladas formando auténticos muros, que bien podrían calificarse de la vergüenza higiénica ciudadana.

La capital se convierte en un paradisíaco e inmenso "resort" para ratones, cucarachas y demás sabandijas en los niveles terrestres, y en los aéreos para bacterias, virus y microbios que se esparcen maravillosamente libres como pájaros. Pero la culpa no es sólo de los de arriba, sino en buena parte de los de abajo, de quienes recorren las calles a pie o motorizados lanzando botellas, fundas, papeles, cáscaras, envases, cristales rotos, toda clase de plásticos o restos de comida, como unos auténticos incivilizados.

Parece mentira que el dominicano, hablando en general, que es extremadamente higiénico con su cuerpo y su hogar, sea asimismo tan descuidado en cuanto pisa la acera de la calle. Uno puede ver un montón de basura durante días o semanas a sólo un metro de una casa, sin que sus moradores muevan un dedo para quitarlo. Tal vez, por la gravedad de Síndrome, en lugar de autoridades municipales, necesitemos médicos sociales que traten este problema, que ya se ha convertido en grave enfermedad. Tomemos la linterna de Diógenes. Comencemos a buscarlos.

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