La Muerte

Por ese oscuro laberinto de espanto,

muchedumbre de diablos en tropel

cual corceles por senderos pedregosos,

pugnan con la soberana Madre Muerte

revestida de su guadaña,

por la pálida y vaporosa figura

que animaba la carne,

antes de la ruptura total

del cordón de plata,

que ata el cuerpo del deseo al triángulo del Íntimo,

en el espacio somnoliento de la consciencia.

Un alboroto total como batalla campal

de moles planetarias

antecede el funeral.

Pero no es de ella el murmullo estridente,

ni el griterío fatal que convulsiona las piedras;

son ellos,

los despreciables compañeros de vida sonámbula,

que resisten la momentánea separación;

ellos lloran con los vecinos y parientes del difunto,

el nacimiento del muerto.

¡Ay! Cuánta enmarañada cabuya.

¡Cuántas verdades que no pueden

comprender los ciegos!

El bisturí no tiembla en la mano

de la que opera el nacimiento

en las regiones tenebrosas de los muertos.

Ella sabe la hora,

el instante fatal de los vivos,

cuando retornar les toca

al futuro hipotético

de infinidad de siglos de existencia.

Se viste de negro como la Noche

Y detrás de ella un montón de yoes pendencieros

a ver si la figura extraída de la figura

va derecho al cielo

o la llevan otros al Limbo

o ellos directa al infierno.

El embrión de alma que ha visto romperse

los barrotes de su existencia fenoménica,

puede caer en éxtasis ante la contemplación del cielo

o en estupor cuando ante sí ceden la entrada

las compuertas del averno,

celosamente vigiladas para los millones de años

que esperan allí a toda alma negligente.

Ella no es asesina,

la soberana Madre Muerte.

Es benigna con el que ha bebido

en la fuente

de la juventud eterna.

Desafía al Destino,

que no exime

cuando llega el fatal momento,

por el espíritu aguerrido

que la tiene a ella

como su corona de vida.-