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Glorius una Cecilia genialmente desdoblada

Cecilia García no es un ser normal. Cecilia García es una realidad única en el arte nacional. Talentosa, entregada, intensa, exigente y autodisciplinaza, la García sabe muy bien que de cada proyecto suyo, la gente espera más que del promedio de lo conocido.

Ella es un fenómeno artístico múltiple en sus expresiones, de enorme sentido estético en sus aplicaciones y un desempeño  afinado  en los tonos más elevados de su quehacer.  Anoche volvió a demostrarlo con Glorius.

Con esta comedia sedujo al público ante el genial  desdoblamiento de García y los talentos artísticos y técnicos que establecieron la excelencia para un montaje teatral.

Anoche, cuando al final de Glorius, la gente se puso de pié a aplaudir lo mal que cantaba su personaje, Florence Foster, no era exactamente un homenaje a la deficiencia vocal, tremendamente bien representada por una cantante considerada entre las tres más afinadas del país. No. Esos gritos y esos aplausos eran la forma de agradecer el talento de una artista singular, capaz de renovarse a cada tanto de tramo, con proyectos definido por su excepcionalidad, por las características únicas de las mujeres representadas en escenario.

Glorius es una comedia de lujo, escrita por el Peter Quilter, autor traducido a casi 30 idiomas y vencedor con esta y otras piezas, en los más importantes festivales de teatro, y que en algunas de sus temporadas, ha llegado a tener más de 200 representaciones.

Aparte de lo que descarga en escena la García, estrella y centro indudable del montaje, la gran sorpresa es el desempeño del maestro Dante Cucurullo, quien tiene en esta oportunidad el papel más firme como hilo conductor de la historia y casi como "alter ego" de toda la trama.

El maestro evidencia una capacidad actoral que había apuntado algunos indicios (Callas, por ejemplo), pero nunca  no había tenido una responsabilidad tan compleja como en este caso.

Otra sorpresa histriónica es la que aporta  Cristal Jiménez Vincens, con un personaje complejo en su expresividad, poniendo una vitalidad que brilla por si sola en el marco de las interpretaciones. Esa actriz, que presenta cartas credenciales con su personaje de María, evidencia que ha cultivado con férreos criterios de estudios y ensayos, el talento y la gracia que la adornan. Está llamada a ser una figura de peso en el teatro, en cualquier país.

Cuquín Victoria, fresco y exquisito, está aquí mucho mejor que en Los Super y cumple con honor la encomienda del amante oportunista de la diva.

Lilyana Díaz resulta oportuna, efectiva y una pieza fundamental para dibujar las estructuras mentales de la época, los moldes morales y la hipocresía como carta de intercambio.

Dolly García, metida en su personaje  de Dorothy, nos vuelve a sorprender.

La escenografía no dejó duda alguna de que tenía tras de su solemnes y convincentes planos, a profesionales de la arquitectura que se manejaron a conciencia: Eduardo Lora Bermúdez y Carlos Lora Yunén, dos nombres que habrá que tener en cuenta en lo adelante. Logran un diálogo y una conexión entre la escenografía y el publico. Logran que ésta sea un personaje más.

Lo del vestuario es otro acierto. Leonel Lirio logra elegancia, adecuación a la época, sutiliza desde sus sedas e impacto de sus diseños de calle. Se invirtió con responsabilidad cada centavo que habrá costado este aspecto tan importante.

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