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No sigamos por el mal camino que va Constanza

Constanza va mal, y no por el Ayuntamiento. Las presentes autoridades edilicias han llegado con el marcado interés de rescatar la imagen, no sólo del Ayuntamiento como gobierno del pueblo que debe ser, sino de Constanza, sumida desde hace mucho en un descalabro cultural.

En este municipio, digno de mejor suerte, hay gente diestra en retorcer circunstancias, eventos, fenómenos de la vida social y política, sólo con el interés pecaminoso de hacer daño, al amparo del egoismo, el narcisismo, la frivolidad, la presunción, la arrogancia, el espíritu de contradicción y la protervia.

En esa insana tarea, se pinta la realidad con el color que más le cuadre al pseudo artista; si lo que desea es que se vea negra, así la pinta, y así la ven los incapaces de discernir entre la mentira y la verdad, entre la fantasía y la representación objetiva del mundo en movimiento.

Me ha dado mucha pena todo lo que he descubierto en una sociedad donde existe la complacencia con el mal, y, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que el periodista estadounidense, John Wight, llama "Cultura superficial que celebra la ignorancia".

Es difícil referir un hecho particular que testifique lo que aseveramos, no por la imposibilidad de su evidencia concreta, sino por la multiplicidad de conductas análogas en personas que se creen acorazadas de virtudes que las hacen infalibles y todopoderosas a la hora de enjuiciar sobre los defectos de los demás.

Vamos por un mal camino, por un despeñadero sembrado de filosas ambiciones. Pero ni siquiera los que creen que andan despiertos, se dan cuenta de esa pavorosa realidad, por el espesor de la niebla que nos envuelve.

Somos testigo fidedigno de que hemos iniciado una gestión municipal harto escabrosa, por el modus vivendi de un pueblo culturalmente condicionado a normas reaccionarias; la resistencia patológica de los que, ni hacen, ni dejan hacer; y el morbo de una plebe que se mueve al compás de la ruidosa música que entonan los envidiosos, los convidados al aquelarre de la impudicia, el odio disimulado y la maldad profesional.

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No sigamos por el mal camino que va Constanza

Constanza va mal, y no por el Ayuntamiento. Las presentes autoridades edilicias han llegado con el marcado interés de rescatar la imagen, no sólo del Ayuntamiento como gobierno del pueblo que debe ser, sino de Constanza, sumida desde hace mucho en un descalabro cultural.

En este municipio, digno de mejor suerte, hay gente diestra en retorcer circunstancias, eventos, fenómenos de la vida social y política, sólo con el interés pecaminoso de hacer daño, al amparo del egoismo, el narcisismo, la frivolidad, la presunción, la arrogancia, el espíritu de contradicción y la protervia.

En esa insana tarea, se pinta la realidad con el color que más le cuadre al pseudo artista; si lo que desea es que se vea negra, así la pinta, y así la ven los incapaces de discernir entre la mentira y la verdad, entre la fantasía y la representación objetiva del mundo en movimiento.

Me ha dado mucha pena todo lo que he descubierto en una sociedad donde existe la complacencia con el mal, y, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que el periodista estadounidense, John Wight, llama "Cultura superficial que celebra la ignorancia".

Es difícil referir un hecho particular que testifique lo que aseveramos, no por la imposibilidad de su evidencia concreta, sino por la multiplicidad de conductas análogas en personas que se creen acorazadas de virtudes que las hacen infalibles y todopoderosas a la hora de enjuiciar sobre los defectos de los demás.

Vamos por un mal camino, por un despeñadero sembrado de filosas ambiciones. Pero ni siquiera los que creen que andan despiertos, se dan cuenta de esa pavorosa realidad, por el espesor de la niebla que nos envuelve.

Somos testigo fidedigno de que hemos iniciado una gestión municipal harto escabrosa, por el modus vivendi de un pueblo culturalmente condicionado a normas reaccionarias; la resistencia patológica de los que, ni hacen, ni dejan hacer; y el morbo de una plebe que se mueve al compás de la ruidosa música que entonan los envidiosos, los convidados al aquelarre de la impudicia, el odio disimulado y la maldad profesional.

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