Conocí a Oviedo en el neurálgico año de 1963, durante una de mis frecuentes visitas al atelier de José Cestero, en la calle Arzobispo Meriño. Mi primera impresión de Oviedo fue de sorpresa, porque Cestero le había facilitado su estudio para que pintara una enorme valla publicitaria de la cerveza Presidente, la cual realizaba sobre una base de playwood. Cestero, que siempre ha sido muy hiperbólico en sus juicios, me expresó en un rincón aparte que: