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“Bidó, presente siempre: pintura, dibujo, escultura y documentos”, en la Galería Nacional de Bellas Artes

Con este asertivo título permanece abierto al público la impactante, seductiva y embriagadora exposición homenaje pintor dominicana Cándido Bidó, una de las personalidades creativas más dominantes de las artes plásticas y visuales de la República Dominicana, con una notable y real presencia en numerosos escenarios y mercados del Caribe y América Latina.

Puedo dar testimonio de la presencia demandante de su obra en mercados de arte de Latinoamérica como Panamá, El Salvador, Costa Rica y Puerto Rico, entre otros.
 
Creador auténtico de un arsenal simbólico que impregnaron de identidad iconológica personal las formulaciones, ecuaciones construccionales y estéticas de su pintura.
 
El pintor Cándido Bidó sembró sobre la tela de su producción pictórica una doctrina ideológica fundada en el humanismo y la sensibilidad social de su discurso. Lo asumió como una sostenida y vigorosa militancia cultural sustentado en la reafirmación de los valores identitarios de su pueblo, de su pueblo de origen; el Bonao rural que marcó como escritura de conciencia su andar por la geografía cromática de sus obras dominadas por el azul cobalto en todas sus gamas y gradaciones, elevando su lenguaje a niveles de textos poéticos visuales, entre liricos y épicos fulgurantes, en ocasiones de un estremecimiento reflexivo, tan profundo, que estética y filosóficamente celebra el dolor, como en sus obras sobre la crucifixión de Cristo, o celebraciones de la naturaleza a la manera de manifiesto ecológico como sus paisajes, o pinturas cuya temática cargadas de grafismo y síntesis, se comportan ante la mirada como blasones de otra vida, como se expresa en sus naturalezas muertas/ “los bodegones Bidó”.
Cándido Bidó.
Varios de los cuales con rangos de obras maestras, el público puede disfrutarlos en la exposición que como tributo a este grande artista, ha curado para la Galería Nacional de Bellas Artes Doña Marianne de Tolentino, Directora de esta legendaria institución cultural, apoyada por una atmósfera museográfica de una gran fuerza escénica en su trama y dialogo con los visitantes a estas históricas salas. Una excelente tarea técnica y profesional a cargo del escenógrafo y museógrafo Salvador Berges, interpretando el guión curatorial y aspiracionales de Karina Bidó, hija del Maestro Cándido Bidó, actuando como comisaria de la exposición.
 
Estuve allí en medio de aquella luminosa presencia de los procesos creativos, expresiones simbólicas, materia resultante del cuadro final, y viva la vida por siempre del Maestro Bidó en la memoria individual y colectiva del pueblo dominicana.
Cándido Bidó, Juan Bosch y Abil Peralta Agüero.
Por el respeto y sincera admiración, valoración crítica e intelectual, además de mi cercanía al Bidó pintor, al Cándido Bidó, Mecenas; y al Bidó, esposo y padre, reproduzco íntegro el texto crítico que sigue y que escribí en 1987, y que el artista me comisionara para una exposición individual en El Salvador auspiciada por la corporación Bayer. Un texto que bien recuerdo le entregué digitado y encuadernado; documento que el pasado año 2019, durante una conferencia personal sobre su obra y trayectoria dictada en el Museo Cándido Bidó de la Plaza de la Cultura de Bonao, al término de la misma, y para sorpresa mía, su hijo Paúl me obsequiara como gesto de atención por mi vocación de estudio de la obra de su padre. A continuación el texto de referencia.
 

DE HENRI ROUSSEAU AL INGENUISMO PICTÓRICO DE CÁNDIDO BIDÓ

Por Abil Peralta Agüero

“Decía recientemente el profesor Juan Bosch, que la clave de ese triunfo (el de Cándido Bidó–APA) reside en que la inspiración y los temas son los de un artista “naif”, pero la manera de interpretarlos y la factura son los de un gran pintor, de absoluto dominio de los medios”. Marianne de Tolentino, Boletín Informativo, La Galería #5, 1986.

Una valoración estética
 
Durante años he venido siguiendo con atención y ojo minucioso el arte de Cándido Bidó (Bonao, Republica Dominicana,1936). Además de mi atención a su pintura, también he puesto interés al fenómeno de popularidad que hoy gravita sobre su obra.
 
Ese fenómeno de popularidad es una realidad hoy visible y sentida por todos los dominicanos; pero el artista no lo ha disfrutado alegre y estridentemente como el cantante de rock que ha conquistado la fama y el dinero, sino dentro del sagrado espacio de su taller, esperando el juicio sumario de la historia que valida y cuestiona toda práctica del arte y de la vida.
 
Esa actitud no es nueva en el artista, porque es parte misma de su personalidad sencilla y apasionada ante lo que él, en tanto creador, entiende que es su verdad y práctica estética.
 
Por esa razón, el público no ha observado una metamorfosis violenta dentro del proceso evolutivo de su pintura, porque su obra se ha venido desenvolviendo dentro de un riguroso, lento y coherente proceso dialéctico; tanto en lo que respecta a su esencia semántica, como en lo que concierne a la depuración estilística de la misma.
 
Siempre que se dan situaciones como la antes descrita en torno a la obra de un artista, en cualesquiera de los géneros del arte, sobre todo cuando se trata de fenómenos de popularidad, la obra de ese artista se ve tocada por momentos de alta presión y cuestionamiento, no solo dentro de las esferas de la crítica especializada, obedeciendo casi siempre a la incidencia natural de los intereses económicos que de una manera u otra participan en el desarrollo de dicha actividad.
 
Contrario a como ha pasado con otros artistas plásticos, primitivistas o naif, que han encontrado una tediosa respuesta de parte de la crítica de arte, con Cándido Bidó se ha dado un fenómeno contrario a eso; él ha sido un pintor ampliamente ponderado por la crítica nacional, aunque no de una manera lo suficientemente rigurosa que se eleve a la categoría de un presupuesto teórico, que dé por sentado la existencia de una teoría estética sobre su obra plástica.
 
Esta realidad, latente en el proceso de nuestro hacer cultural, me recuerda con interés el caso del maestro Henri Rousseau, pintor naif, o ingenuista como se le llama modernamente a estos artistas.
 
El estudioso y esteta J. Mateos, en su obra titulada “Pintura y escultura del siglo XX”, nos habla de este gran artista francés cuya obra fue objeto hasta de burla por considerarla, sobre todo por algunos de sus colegas, como pseudo arte o arte fácil, de poco esfuerzo creador y falto de rigurosidad en su factura, estructura, cromaticidad y estilística; pero los resultados fueron muy distintos.
J. Mateos nos refiere, a modo de reflexión estética, que lo que sucede con el artista naif, es que este “deja llevar su intuición de un modo directo, por lo que su obra cuando se trata de un auténtico creador va cargada de una simbología profunda”. Exactamente profunda, como lo es la naturaleza simbólica de la pintura de Cándido Bidó, que sin perder el rigor de su sintaxis, conserva un hondo contenido poético y humano en su simbología eminentemente plástica.
 
Henri Rousseau inscribió su pintura dentro de esa vertiente de expresión pictórica de una manera consciente y sincera. Fue un apasionado de su oficio, para llegar a la grandeza artística que alcanzó su obra, tuvo que pasar por actividades muy difíciles y de distintas especies, todas muy distintas de su mayor deseo: la pintura. Nacido en el año 1844 y fallecido en el año 1910, según afirman algunos, estuvo en México y como músico en el ejército del emperador Maximiliano.
 
En el año 1870, Rousseau participó en la guerra franco-prusiana. De regreso a París, entró a trabajar como empleado de consumos en el Fielato (oficina a la entrada de las poblaciones, en la que se pagaban los derechos de consumo. Dicc. Corona) de la capital francesa, cosa que dio pie a que fuera conocido años después con el sobrenombre de "El Aduanero".
 
Sin embargo, cuando a partir del año 1855, Rousseau expone todos los años en el Salón de los Independientes, las cosas tomaron un curso distinto. Siendo un artista de una alta sensibilidad, aprehendió la realidad y la devolvió a sus lienzos cargados de una deformación ingenua y dulce, tanto en sus vertientes estructurales como cromáticas.
 
El Aduanero se convirtió así en un artista cuyas obras “necesa-riamente tenían que chocar forzosamente con los ojos espectadores”.
 
En los últimos años de su vida, apunta de nuevo J. Mateos, Henri Rousseau “consigue suscitar la curiosidad y el interés en los medios artísticos que trataban de renovar el arte”. Es a partir de ahí que el maestro de la pintura norteamericana Max Weber, le compra algunos cuadros y escribe su primera monografía. Posteriormente, el gran maestro Pablo Picasso dedica una comida en su honor en su estudio de Bateau-Lavoir, previa presentación que le hiciera el grande de la poesía universal Guillaume Apollinaire.

UNA MIRADA A LA ARQUITECTURA INTERIOR

Me he querido referir de manera entusiasta y a la vez reflexiva, a la obra y al fenómeno de popularidad que envuelve la pintura del artista dominicano Cándido Bidó, haciendo un paralelo, que entiendo válido, con el maestro Henri Rousseau, por entender que el caso del pintor nuestro constituye un fenómeno, por igual singular que bien merece una especial atención del estudioso y espectador serio, que además de buscar deleite y goce estético cuando está frente a la obra de arte, busca también descubrir …explorar parte del misterio que duerme bajo la tela.
 
Entiendo que sí, que Bidó, al igual que El Aduanero, es un artista que hoy construye con inteligencia y que pinta con talento, sin torpezas, con una maestría comparable a la de los mejores de su tiempo.
 
Ahora me pregunto: ¿qué persona con inteligencia propia y desapasionamiento relax puede negar la grandeza que en su evolución ha logrado alcanzar la pintura de Cándido Bidó? Ninguna, me respondo. Porque ese es ya un hecho que es parte misma de la plástica nacional. Más bien es un logro de la cultura dominicana, del que debemos hacer conciencia plena y sentirnos orgullosos como se sienten los haitianos con sus consagrados y afamados pintores primitivistas, arte con el cual han logrado suscitar la atención del mundo.
 
Es justo precisar que ese discurso plástico, ingenuo, que transmite la pintura de Cándido Bidó, y que cuando la observamos desde una perspec¬tiva distante parece una especie de arte meramente infantil, cuando acercamos nuestra mirada desde una posición y distancia físicamente tradicional, inmediatamente nos damos cuenta que estamos ante una obra estéticamente pura, sólida, que aunque no registra los signos del movimiento dinámico en su dibujo, por su riqueza cromática de azules, amarillos, rojos, verdes y blanco lunar, en su aplicación plana y de atmósfera tropical desborda paz, ternura y nobles sentimientos.
 
Se ve que es una producción creadora que fluye desde las intimidades más hondas del creador. Su pintura es de emoción sensible en la que se destacan la ternura ingenua de un naif que se eleva a la categoría de un pincel maestro en sus particulares ejecutorias.
 
Cuando pretendemos descomponer el universo que basifica la composición de un cuadro de Bidó, observamos que en su pintura hay un lenguaje específico, articulado por una específica gramática del color y una serie de sujetos que son la complementación alfabética de su obra: palomas, caballos, madres, montañas, muchachas campesinas, etc. Esa suma de elementos, unido a su particular cromaticidad, hace que cada zona óptica de un cuadro de Bidó tenga un signo de atracción. De ahí que se traduzca en una pintura de impacto y atractivo para el espectador.
 
Cándido Bidó, poseedor de una paleta dotada de una calidad cada vez más sostenida en su estilo, manifiesta una jerarquía plástica sorprendente que se deja sentir en su lirismo colorista, matizado por una concentración de colores calientes. No es de dudar que Bidó realice hoy un arte enriquecido en el que refleja exactitudes en la armadura interior de sus cuadros, lo cual indica que están dotados de un alto oficio y de una vasta experiencia en el oficio.

NATURALEZA Y SENTIDO

Si miramos con atención la atmósfera compositiva que subyace en la arquitectura espacio-visual del cuadro de Henri Rousseau titulado “La Boémienne endormie”, 1897, Museo de Arte Moderno de New York, observamos que los elementos que participan en la composición del mismo, al igual que en numerosas otras obras del artista, se aproximan a los elementos de la composición de la pintura de Cándido Bidó, integrados por animales, mujeres, paisajes montañosos y otros elementos complementarios. En lo que concierne a la cromaticidad, el lenguaje bidosiano es totalmente distinto.
 
Otra obra en la que El Aduanero acentúa su asociación hombre-animal-paisaje montañoso es en su cuadro titulado “Retrato de Pierre Loti”, 1891, Museo de Beaux Arts, Zurich, Alemania, en la que aparecen en los tres primeros planos, el personaje Pierre Loti, un gato y un árbol; y en un plano inferior, un paisaje montañoso.
 
No hay dudas de que ambos artistas, cada uno dentro de su respec-tivo espacio-tiempo, ocupan un lugar de alta representación dentro de lo que es hoy y ha sido siempre la corriente ingenuista o naif. Uno en el mundo y el nuestro en la activa geografía cultural dominicana.
 
La pintura de Cándido Bidó es de naturaleza poética y dulce, dotada de una gran minuciosidad en la composición, estructurada en base a un dibujo caracterizado por trazos muy seguros y precisos. Es de notar que los rostros que este artista, aunque permanecen con los ojos a oscuras como para solo sentir y no ver la presencia de la actual turbulencia y descomposición humana que nos sacude. Esos rostros de forma redonda, apaperada, expresan una ingenuidad y una quietud que llega hasta lo más hondo del espectador sensible.
 
La obra bidosiana, por sus ágiles registros estilísticos y estructurales, se ha convertido en un producto visual de rápida perceptibilidad retiniana; es decir, en una pintura que no requiere de esfuerzos superiores en su observación para su decodificación, por lo que el espectador que se aproxima al cuadro en procura de hacer descubrimientos y descifra¬mientos lecturales, siente un deseo de ver qué va más allá de la simple contemplación estética.
Precisamente por lo antes dicho, es correcto advertir que el depurado arte naif de Cándido Bidó no debe confundirse con el producto kich, destinado a la complacencia burguesa de la subcultura. Su producción pictórica más bien pertenece al gran arte naif, o realismo naif, de alto contenido humano y sentido estético y cultural.
 
En ese sentido, el poeta y crítico dominicano don Antonio Fernández Spencer, fundador y primer director de la Galería de Arte Moderno, señala en su texto titulado “El nuevo Realismo en la pintura de Luis Bretón”, pág. 25, que “…ciertos aspectos ingenuistas del gran arte de Cándido Bidó —el más grande naif del Caribe— que nunca recurre a los temas manidos …se mantienen dentro de una expresividad tierna, melancólica y cargada de poesía en sus figuras humanas o en la expresividad del mundo animal —palomas, por ejemplo… Cándido Bidó, en su búsqueda tenaz de simplicidad, se manifiesta como un artista de encantadora grafía y bien equilibrado colorido, a pesar muchas veces de lo estallante de sus colores. Pero la ingenuidad de su arte es buscada, y la obtiene por la reducción de su grafía peculiar y con el empleo armónico de su gramática pictórica.
 
Y es así, porque la pintura de Bidó es cognoscible en cualquier punto o escenario donde sea expuesta, porque es una pintura sencilla, cromáti¬camente vibrante, que se eleva y espiritualiza cuando el espectador está frente a ella. La pintura de Cándido Bidó produce un efecto de atracción en el espectador, que por momentos la mirada del contemplador parece sumergirse dentro del universo mismo de la tela.
Ciertamente, la pintura bidosiana no tiene otra realidad que no sea la de su psiquis creadora, lo cual explica que sus modelos, hombres o mujeres, no tengan una aproximación físico-figurativa a los arquetipos que tipifican nuestra configuración física ancestral.

ESPERANZA Y FUTURO

En la actividad plástica de todo el mundo se cumple lo que se ha llamado el ciclo de cada decenio, un fenómeno que se produce cada diez años, aproximadamente, aparte de los naturales procesos epocales y generacionales que intervienen en todas las actividades inherentes al arte y los artistas.
 
El ciclo de los diez años, es un fenómeno más bien dado para los fines de clasificación. Cada una década surge, se consolida, se consagra o eterniza la obra de un artista; y saco a colación la presente observación para preguntarme qué será de la pintura de Cándido Bidó, posterior a los diez o veinte años. Podría responderme señalando que, dado el lento y selecto proceso de evolución a que está sujeta su obra, el arte de este artista no creo que sufra una transformación que lo violente en su naturaleza semántica y argumental, ni en su naturaleza cromática y estructural, a no ser que el artista provoque voluntariamente un estallido o una explosión en el natural proceso de evolución que ha venido experimentando su pintura.
 
Esa reflexión y a la vez observación, me dice casi dentro de una lógica que la factura y simbología escritural de la pintura bidosiana van a mantenerse estables dentro de un comportamiento poco notable, solo separada de la no repetición que se traduce en pobreza creativa. Y afirmo esto, porque esa es su pintura. Es absurdo pretender que el artista violente su ritmo creador, porque el sello y factura de su obra van precisamente de la mano con su personalidad y temperamento creador.
 
La pintura bidosiana se mantendrá dentro de una espiral de alta validez estética y vigencia cultural, experimentando dentro de su ciclo y proceso de evolución natural, las variantes que el tiempo mismo le dicta al acto creador del artista, quien con una disciplina impresionante ha logrado desafiar las tentaciones del arte de ruptura de nuestro tiempo y ha mantenido la esencial naturaleza estética, estructural y teórico André Ackoun, en su texto titulado “La renovación de los lenguajes”, de que existe una modernidad falsa en el arte: “…la que se contenta con adaptar al gusto de la mayoría el arte tradicional, poniéndole ciertos atuendos técnicos, gracias a los cuales parece nuevo. Esta modernidad nunca puede engendrar sino algo ridículo, y determina un campo donde se plagian y caricaturizan las auténticas búsquedas”.
 
El país tiene en el pintor Cándido Bidó a uno de sus artistas mayores, que bien merece el respeto y la admiración de todos, no solo por su actitud respetuosa ante el desarrollo de la vida cultural dominicana, sino porque su obra en sí misma es un auténtico certificado de lo más sustancioso y poético que hemos alcanzado dentro del contexto de la pintura moderna dominicana.
Santo Domingo, R.D, 22 de febrero 1987.

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