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Mata de Maiz: Un tesoro azul turquesa

En un caluroso sábado de agosto, emprendí un viaje hacia las entrañas de la Sierra de Bahoruco. Una imagen en Instagram me inspiró a descubrir este lugar.

Me dirigí al valle intramontano de Polo. Al llegar hice una parada en el destacamento de Polo para pedir indicaciones, el raso de turno me hizo la salvedad de que no llegaría en mi carro pues se requería un vehículo de doble tracción para acceder al lugar.

Pregunté la distancia y propuse ir caminando, me dijo que duraría más de una hora lo cual me llevó a pensar en otras alternativas. Acto seguido aparece Pablo, un servicial poleño ofreciendo su servicio de transporte en motoconcho hasta el lugar. No lo pensé dos veces para convencer a mi acompañante, nos acomodamos en el pequeño motor y empezó la aventura.

Al partir íbamos por la carretera principal de acceso al municipio, recorriendo sus calles y contemplando este hermoso pueblo rodeado de naturaleza. Luego de unos 5 minutos, entramos por un angosto camino vecinal, mientras nos recreábamos con la belleza del campo y las pintorescas casitas de colores el amable chofer Pablo nos contaba historias del poblado.

Tras recorrer algunos 5 kilómetros de camino empedrado, el relieve del lugar se hacía inclinado y preferimos continuar el recorrido a pies. Pablo nos advirtió de que era un camino duro y nos tomaría un buen rato llegar.

Algunos campesinos pasaban en mulos y burros mientras seguíamos nuestra marcha. Incluso una señora ofreció su mulo, pero solo si esperábamos que ella subiera la cuesta y el mulo bajara. Seguimos caminando.

Al descender mejoraba la temperatura y el verdor del paisaje alegraba la caminata. Media hora después llegamos al lugar, para mi sorpresa sólo quedaba el recuerdo de lo que una vez fue el río Mata de Maíz.

En la distancia se oía una leve caída de agua y empezamos a caminar. Entre las piedras se divisaban unos gazebos de concreto y zinc por donde antes corría el agua y hoy solo sirven de sombra para quienes hacen el recorrido.

Seguimos un poco más hasta llegar al balneario. Entre las rocas brotaba un chorrito de agua que formaba una piscina natural de poca profundidad, eso sí, muy fría. La belleza y tranquilidad del lugar evocaba un paraíso que invitaba a pasar toda la tarde refrescándose en sus aguas.

Horas después llegaron unos acompañantes inesperados a disfrutar del lugar: un campesino con 5 caballos y un potrillo. Después de una jornada de trabajo, el señor llevaba estos animales a tomar agua al río. Nos recomendó no esperar muy tarde para regresar y decidimos marcharnos con él.

Tras haber pasado una tarde maravillosa en aquel tesoro azul turquesa tocaba emprender el camino de regreso por la montaña. La misma pendiente cuya inclinación nos hizo bajar del motor, ahora nos obligaba a sacar fuerzas para subirla, asombrados por la agilidad con que subía el campesino mientras nosotros a duras penas teníamos aliento.

Llegamos a un punto donde entraba la señal del celular y llamé al señor Pablo para que nos fuera a recoger. Caminamos un poco más hasta el punto donde nos había dejado y allí nos encontró llevándonos de vuelta al pueblo.

Es una pena lo que la deforestación ha hecho de nuestros ríos... ¡Ojalá Mata de Maíz no termine de desaparecer por causa del hombre!

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