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La fiebre del agua

Salto del Limón, Samaná. Salto del Limón, Samaná.

La fiebre del oro que ocupó a millones de personas durante muchos siglos, especialmente en el siglo XIX y parte del XX, como en el oeste norteamericano, fue un ejemplo de abundancia ficticia, pues el oro terminó acaparado por un pequeño grupo, gobiernos y bancos.

La del agua dulce es, también, una abundancia aparente, puro espejismo, pues esta ocupa apenas el 0.3% de la superficie del planeta, escondiéndose un 2.2% en el subsuelo. De este la población mundial satisface más del 30% de su demanda. Pero, resulta que esta agua está siendo salinizada y contaminada por todo lo nocivo que la “Ciudad Gótica” filtra al Seol.

Ya no hay fiebre del oro, porque el papel moneda sustituyó al metal; porque hay otros metales, incluso “tierras raras”, con mayor valor que el dorado; y porque la bisutería y el blin blin calman la idolatría y el narcisismo, aunque la ambición por el brillo sigue.

Con el agua dulce ha sucedido lo contrario. De gratis ha entrado en la mercadotecnia y en algunos lugares se encamina a tener el precio de la plata. No muy lejano se acercará a tener el precio del oro cuando los caudales sigan disminuyendo, se use masivamente para obtener hidrógeno y se cambie el método de costeo, asignando un valor al H2O en sí, independiente al trabajo de obtención, traslado, distribución, potabilización, más la ganancia.

Si solo 10 de 200 países y 3 cuencas (Amazonas-Guaraní, Congo y los Grandes Lagos) tienen más del 50% del agua del mundo, la cual se evapora cada vez más con el calentamiento global, hay que ver lo que vendrá en el costo del agua y como manzana de la discordia.

Por eso, la fiebre del agua hace mucho que empezó. Está detrás de invasiones en África, como la de Libia, del cerco de Rusia, con 4.5 millones de ríos y lagos, incluyendo el lago con más agua del mundo (Baikal), de las bases militares extranjeras en Colombia, de la compra de grandes extensiones de tierras, reserva de agua subterránea (Bill Gates en Estados Unidos).

Muchos países con ríos cortos y poco profundos, como Dominicana, solo podrán sobrevivir si hacen de toda el agua un recurso público, administrado por el Estado y las comunidades, al tiempo de elevar las cuencas, la foresta y el subsuelo a categoría de seguridad nacional.

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