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Las benditas canastas

La verdad es que nuestra peculiar forma de hacer política tiene mucho de la época medieval, ese periodo tan largo oscuro de la historia, cuando el noble tenía el poder omnímodo, pues era señor de horca y cuchillo, es decir, que podía colgar al más bonito del lugar o cortarlo en pedazos, como si fuera un pollo matado en una tabla de madera en cualquier esquina de barrio, si ese era su santo deseo.

 

En sus dominios prevalecían los sistemas de vasallaje y servidumbre, que en definitiva no eran más que formas de sometimiento y dependencia de los súbditos, ya fueran estos nobles o plebeyos. Pero volvamos a nuestra edad media actual, que aún permanece en este patio nuestro de cada día.

En muchos aspectos de gobierno y de nuestra política todavía estamos en esos tiempos pasados y tan pesados. Qué otras cosas son, si no, las denominadas ayudas sociales, tales como las tarjetas llamadas tan eufemísticamente de ¨ solidaridad ¨, emitidas y repartidas por cientos de miles entre los sectores más necesitados de nuestra ciudadanía, y que de alguna manera compromete expresa o tácitamente el voto con los gobiernos de turno de millones de ciudadanos.

Qué son, si no, los repartos de juguetes a miles y miles de personas que esperan bien desesperados durante horas y horas en filas interminables, bajo el sol o la lluvia inclementes, para recibir su muñeca, su bicicletita, o cualquier otra chuchería con qué alegrar  a sus hijos el sagrado día de Reyes. O qué son, si no, los millones de funditas repartidas en cualquier época de año por esos camiones rotulados y pertenecientes a algún organismo oficial que presta ayudas sociales, y que se ven en tantos lugares deprimidos del país, para paliar un hambre rural que llevamos arrastrando desde siglos.

Que son, si no, los comedores económicos para dar los alimentos básicos a multitud de personas que literalmente no tienen dinero ni para comer. Qué son, si no, las canastas navideñas distribuidas entre los sectores más necesitados de nuestra sociedad, con los presidentes al frente, repartiéndolas como un regalo, un favor dado personalmente por el magnánimo señor feudal a sus gobernados. Nuestros políticos en lugar de sonreír, hacerse fotos para la prensa o ufanarse de ello, mientras dan a los pobres su ración de felicidad navideña, deberían tener vergüenza por tener que hacerlo en pleno siglo XXI, y por  no saber o no tener voluntad política para combatir estas deficiencias tan serias desde sus raíces, que son la miseria, la incultura y el desempleo.

No nos oponemos a ayudar a las personas necesitadas, eso está bien y se enmarca en el espíritu cristiano de estos días, pero creemos más en eso de enseñarles a pescar, que en lo regalarles el pescado Eso es crear dependencia partidaria disfrazada de solidaridad, o interés disfrazado de amor, como uno quiera llamarlo. Este año son 800.000 canastas las que se repartirán y beneficiarán de alguna manera y por unas horas o unos cortos días a unos cuatro millones de personas, el 40% de nuestra población. Un triste indicador - el canastómetro – de lo mucho que aún tenemos que hacer, todos, gobiernos y gobernados, para rescatar a esas enormes cantidades de nuestros conciudadanos  que no pueden permanecer bajo el sometimiento disimulado del regalo.

No obstante, deseo enviarles a todos los dominicanos una canasta bien repleta de felicidades y deseos de prosperidad y un más feliz año nuevo. Nos hace falta.

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