La cuaresma
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La Cuaresma es la estación de cuarenta -40- días, cuando dedicados creyentes religiosos cristianos ponen especial atención a la vida espiritual. Es un lapso de tiempo en que los devotos se dedican a la reflexión y observación de retiros, énfasis en ejercicios espirituales, ayunos, abstinencia y oraciones. Son días de intensa preparación para remembrar la obra de la redención; es una época para vivir de manera perseverante, a fin de sensibilizar el corazón, despejar la mente de pensamientos nocivos, recordar la vida, pasión y muerte de Jesús, y prepararse para la celebración de la gran fiesta de la Pascua de Resurrección.
Por Telesforo Isaac
El ciclo de Cuaresma en el mundo del Cristianismo Occidental, empieza el Miércoles de Ceniza, y acaba durante la Semana Santa. En los primeros tiempos, los ejercicios espirituales, los actos litúrgicos y la catequesis, se hacían en un período entre dos a cuarenta días de preparación intensiva, llevado a cabo antes del bautismo de los catecúmenos, ceremonia que se efectuaba en la noche anterior a la gran celebración de la Pascua de Resurrección.
Los cuarenta días que se conocen como "Cuaresma", tomaron importancia en espacio y tiempo, cuando los cristianos identificaron este período con hechos del pasado y los dedicaron a la purificación, preparación, transición, liberación de la esclavitud real, y el incremento espiritual.
Los hechos aludidos del pasado son: los cuarenta años del éxodo del pueblo hebreo de Egipto a la tierra prometida. (Josué 5:6: "... los israelitas anduvieron cuarenta años por el desierto"). Los cuarenta días que aguardó Moisés al subir al monte Sinaí. (Éxodo 24:18: "Moisés entró en la nube, subió al monte, y allí se quedó cuarenta días y cuarenta noches", y donde recibió los mandamientos del decálogo. (Éxodo 34: 28: "Moisés se quedó allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches... allí escribió sobre las tablas las palabras de alianza, es decir, los diez mandamientos". Los cuarenta días de caminata del profeta Elías hacia el monte Horeb. (I Reyes 19:8: "Elías se levantó, y comió y bebió. Y aquella comida le dio fuerzas para caminar cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar a Horeb").
Más aun, y sobre todo, los cristianos hoy identifican la Cuaresma con el largo período de retiro que pasó Jesús, en un lugar apartado después de su bautismo, para la reflexión y rechazo de malignas tentaciones. (Mateo 4:2:"Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto... estuvo allí cuarenta días y cuarenta noches...").
La época cuaresmal no es tiempo de melancolía en que el cristiano se siente apesadumbrado; por el contrario, debe ser para la reflexión, la iluminación espiritual. Pues, una vida durante este tiempo, no tiene que pasar en un estado de tristeza o apenada; más bien, debe ser de creciente fe, expansión de la esperanza, y profundización del amor a Dios y al prójimo. Sobre todo, expresar agradecimiento por el privilegio de tener una nueva oportunidad de contemplar la gracia de Dios por enviar a Jesucristo para vivir y dar su vida por los pecadores, y restaurando a los que creen en Él, para obtener la salvación.
Así con corazón contrito y humillado, se espera con más certidumbre, la celebración de la gloriosa Pascua de la Resurrección de Jesucristo.
Por otro lado, la época cuaresmal es comparable con el sentimiento de los dolientes al regresar de un entierro. Es posible que sea una etapa cuando el futuro se ve nebuloso e inseguro; sin embargo, hay que estar consciente que ha llegado el fin de una etapa existencial; pero la vida no termina aquí. Hay que seguir hacia adelante, no hay porque opacar el devenir del futuro; porque la vida terrenal se acaba, pero hay esperanza de la vida sempiterna. Por eso, esa condición de tristeza se disipa, la esperanza es renovada, dando paso a la estabilidad emocional, y a la plena seguridad de recibir las promesas que el Señor Jesucristo hizo: "Les aseguro que ustedes lloraran y estarán tristes... sin embargo, su tristeza se convertirá en alegría". (San Juan 16: 29).
Efectivamente, la resurrección de Jesús el crucificado, restablece la confianza, trae paz, crea tranquilidad, y asegura la redención de manera convincente. Por eso, al final de la Cuaresma, se canta con gozo: ¡Gloria a Cristo que ha triunfado de la muerte y del pecado! ¡Aleluya!
El autor es Obispo emérito Iglesia Episcopal/Anglicana
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