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“No, no lo soy, yo era el Presidente de la República…”

Cuando terminó la guerra de abril del 65, había una precaria normalidad, la ciudad reinició su rutina habitual, con el lábaro infame de ver a nuestra Patria intervenida militarmente por una potencia extranjera. Siendo un adolescente que todavía no había concluido sus estudios de bachillerato, me encontré con el ciudadano don Emilio De los Santos, en el hogar de una familia muy cercana al entorno afectivo de mis padres.

Don Emilio había presidido el Triunvirato, que sucedió al Golpe de Estado asestado al gobierno democrático del profesor Juan Bosch.

Don Emilio era hombre apacible y decente, que había presidido la Junta Central Electoral que certificó el triunfo de Bosch en las elecciones del 20 de diciembre de 1962 pero que inexplicablemente aceptó su escogencia para presidir el Triunvirato.

Don Emilio había renunciado a la presidencia del Triunvirato, al conocer la muerte del doctor Manuel Aurelio Tavarez Justo, fusilado junto a sus compañeros al acogerse a las garantías que el Triunvirato había dado para la preservación de sus vidas valiosas en “Las Manaclas”, San José de las Matas.

Con la inmadurez de mis 13 años, me atreví a cuestionar aquel hecho deplorable que convirtió las navidades de 1963 en las más tristes de nuestra vida republicana. Don Emilio me dijo: “siéntate ahí, y escucha lo que voy a decirte para que puedas un día contarlo. Yo di órdenes precisas para respetar las vidas de Manolo y los muchachos.

El doctor Tavarez Espaillat, pronunció un discurso en nombre del Triunvirato, dando garantías a esos jóvenes de que sus vidas serían religiosamente respetadas, si deponían las armas.

De varios frentes armados alzados, el único que quedaba era el de Manolo. El 22 de diciembre se presentó a mi despacho el General Víctor Elby Viñas Román, Ministro de las Fuerzas Armadas, para comunicarme que en un combate escenificado la noche del 21 de diciembre, había muertos 16 guerrilleros entre ellos Manolo. Inmediatamente le pregunté, qué cuántos muertos había tenido el ejército. Me dijo que ninguna baja. Le riposté qué cuántos heridos. Me dijo que ninguno. Inmediatamente le respondí diciendo, entonces General, allí no hubo un combate, allí hubo un fusilamiento masivo. Sin dejarlo hablar de nuevo, le precisé, en este momento renunciaba a presidir el Triunvirato y me iba para mi casa, mis manos no se manchan con sangre de jóvenes.

Entre los jóvenes fusilados estaba mi ahijado Jesús Antonio Barreiro (Tony). Imagínese usted, que es muy joven todavía, volver a mi casa en la calle Arzobispo Meriño y verle la cara a mi comadre, la madre de Tony, que vivía al lado de mi casa.

Luego de hablar con el General Viñas Román firmé mi renuncia y salí del Palacio a pie, retiré el chofer y la escolta militar, y me fui a la avenida 30 de marzo a tomar un carro público del concho. Cuando me subí al carro, el conductor se quedó mirándome, y me dijo, ¿pero usted no es el presidente de la República? Lo miré, y le dije no, no lo soy, yo era el Presidente de la República”.

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“No, no lo soy, yo era el Presidente de la República…”

Cuando terminó la guerra de abril del 65, había una precaria normalidad, la ciudad reinició su rutina habitual, con el lábaro infame de ver a nuestra Patria intervenida militarmente por una potencia extranjera. Siendo un adolescente que todavía no había concluido sus estudios de bachillerato, me encontré con el ciudadano don Emilio De los Santos, en el hogar de una familia muy cercana al entorno afectivo de mis padres.

Don Emilio había presidido el Triunvirato, que sucedió al Golpe de Estado asestado al gobierno democrático del profesor Juan Bosch.

Don Emilio era hombre apacible y decente, que había presidido la Junta Central Electoral que certificó el triunfo de Bosch en las elecciones del 20 de diciembre de 1962 pero que inexplicablemente aceptó su escogencia para presidir el Triunvirato.

Don Emilio había renunciado a la presidencia del Triunvirato, al conocer la muerte del doctor Manuel Aurelio Tavarez Justo, fusilado junto a sus compañeros al acogerse a las garantías que el Triunvirato había dado para la preservación de sus vidas valiosas en “Las Manaclas”, San José de las Matas.

Con la inmadurez de mis 13 años, me atreví a cuestionar aquel hecho deplorable que convirtió las navidades de 1963 en las más tristes de nuestra vida republicana. Don Emilio me dijo: “siéntate ahí, y escucha lo que voy a decirte para que puedas un día contarlo. Yo di órdenes precisas para respetar las vidas de Manolo y los muchachos.

El doctor Tavarez Espaillat, pronunció un discurso en nombre del Triunvirato, dando garantías a esos jóvenes de que sus vidas serían religiosamente respetadas, si deponían las armas.

De varios frentes armados alzados, el único que quedaba era el de Manolo. El 22 de diciembre se presentó a mi despacho el General Víctor Elby Viñas Román, Ministro de las Fuerzas Armadas, para comunicarme que en un combate escenificado la noche del 21 de diciembre, había muertos 16 guerrilleros entre ellos Manolo. Inmediatamente le pregunté, qué cuántos muertos había tenido el ejército. Me dijo que ninguna baja. Le riposté qué cuántos heridos. Me dijo que ninguno. Inmediatamente le respondí diciendo, entonces General, allí no hubo un combate, allí hubo un fusilamiento masivo. Sin dejarlo hablar de nuevo, le precisé, en este momento renunciaba a presidir el Triunvirato y me iba para mi casa, mis manos no se manchan con sangre de jóvenes.

Entre los jóvenes fusilados estaba mi ahijado Jesús Antonio Barreiro (Tony). Imagínese usted, que es muy joven todavía, volver a mi casa en la calle Arzobispo Meriño y verle la cara a mi comadre, la madre de Tony, que vivía al lado de mi casa.

Luego de hablar con el General Viñas Román firmé mi renuncia y salí del Palacio a pie, retiré el chofer y la escolta militar, y me fui a la avenida 30 de marzo a tomar un carro público del concho. Cuando me subí al carro, el conductor se quedó mirándome, y me dijo, ¿pero usted no es el presidente de la República? Lo miré, y le dije no, no lo soy, yo era el Presidente de la República”.

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