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El juicio y ejecución de Thomas Doughty

Jottin Cury Melo. Jottin Cury Melo.

En varias ocasiones he visitado una sala cinematográfica ubicada en la calle Isabel La Católica, esquina Padre Billini, en la Zona Colonial, donde se proyectan cortometrajes en tercera dimensión (3D). Uno en particular captó mi atención: “La batalla de Santo Domingo”, un corto muy bien realizado que relata el saqueo de la ciudad de Santo Domingo en 1586 por el corsario inglés Francis Drake. En aquella ocasión, Drake empleó una astuta estrategia de distracción: mientras sus cañones bombardeaban esporádicamente la ciudad, parte de sus naves desembarcaban por el río Haina, tomando por sorpresa a las autoridades españolas.

Al regresar a casa, le comenté a mi padre sobre este episodio, y de inmediato me obsequió una biografía de Francis Drake escrita por David Salomoni. Se trata de un libro interesante, ameno y bien escrito, que narra cómo este navegante, después de Magallanes, circunnavegó el mundo en busca de tesoros para la reina de Inglaterra, Isabel I. Como estudiante de Derecho, uno de los aspectos que más me sorprendió fue el juicio seguido contra Thomas Doughty, un noble acusado de amotinamiento, quien fue procesado, condenado y ejecutado.

Doughty, un aristócrata con excelentes conexiones, había logrado unirse a la expedición de Drake gracias a su influencia. Sin embargo, no estaba acostumbrado a las duras condiciones de los viajes de la época, lo que lo llevó a rebelarse contra la autoridad de Drake. Este, consciente de que la indisciplina podía poner en riesgo no solo su liderazgo sino también el éxito de la misión, no toleró la insubordinación.

Lo curioso es que, a pesar de ocurrir en el siglo XVI, a Doughty se le respetó su derecho a la defensa e incluso se le permitió contar con un abogado para organizar un juicio imparcial que determinara su culpabilidad o inocencia. No obstante, Doughty rechazó la legitimidad del tribunal y solicitó ser juzgado en Inglaterra a su regreso.

Salomoni relata en su biografía: “Thomas Doughty contaba con un abogado defensor, su amigo Leonard Vicary, quien argumentaba que Drake no tenía competencia legal para juzgarlo, ya que Doughty afirmaba poseer la misma autoridad que el comandante”. El caso era delicado, pues el cargo de amotinamiento era el más grave, y la única pena posible era la muerte.

La defensa de Doughty se basó en que Drake carecía de autoridad para juzgarlo sin una autorización por escrito. Sin embargo, el testimonio del marinero Edward Bright resultó decisivo: afirmó que Doughty le había confesado su intención de desafiar la autoridad de Drake, apoderarse de las riquezas obtenidas y sobornar a funcionarios en Londres. Ante esto, Doughty y su abogado insistieron en responder a las acusaciones en Inglaterra o, en su defecto, ser dejado en las costas de Perú. Ambas opciones fueron rechazadas, ya que Doughty podía alertar a las autoridades españolas sobre la presencia de Drake en aguas controladas por el imperio de Felipe II. Finalmente, se fijó la fecha de su ejecución.

Como era costumbre con los nobles, se le concedió a Doughty el privilegio de elegir cómo morir. La noche anterior a su ejecución, se celebró una cena en la que acusador y acusado compartieron la mesa como amigos, brindando sin rencor y en armonía. Al día siguiente, Doughty recibió los santos sacramentos y fue decapitado. Este episodio refleja el carácter flemático de los ingleses, quienes mantienen su estilo incluso en los momentos más dramáticos.

Según Salomoni, esta ejecución “proyectó una sombra durante el resto del viaje y dividió a los marineros en dos bandos. Algunos consideraban que Drake había abusado de su autoridad, mientras que otros creían que era necesaria para mantener el orden”. Este caso me recordó a un episodio similar ocurrido cincuenta y ocho años antes, cuando Fernando de Magallanes enfrentó una situación parecida con Juan de Cartagena. Pero eso es tema para otra ocasión.

Lo más relevante es que, hace quinientos años, incluso en circunstancias adversas, se respetaba el debido proceso y se mantenían las formalidades, incluso en los eventos más complejos. Surge entonces la pregunta: ¿actuaron correctamente Drake y Magallanes cuando, mutatis mutandis, se vieron obligados a juzgar y ejecutar a sus subordinados? Es algo que nunca podremos saber con certeza. Por ello, concluyo con el lema de un antiguo programa de televisión: sea usted el jurado.

 

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En varias ocasiones he visitado una sala cinematográfica ubicada en la calle Isabel La Católica, esquina Padre Billini, en la Zona Colonial, donde se proyectan cortometrajes en tercera dimensión (3D). Uno en particular captó mi atención: “La batalla de Santo Domingo”, un corto muy bien realizado que relata el saqueo de la ciudad de Santo Domingo en 1586 por el corsario inglés Francis Drake. En aquella ocasión, Drake empleó una astuta estrategia de distracción: mientras sus cañones bombardeaban esporádicamente la ciudad, parte de sus naves desembarcaban por el río Haina, tomando por sorpresa a las autoridades españolas.

Al regresar a casa, le comenté a mi padre sobre este episodio, y de inmediato me obsequió una biografía de Francis Drake escrita por David Salomoni. Se trata de un libro interesante, ameno y bien escrito, que narra cómo este navegante, después de Magallanes, circunnavegó el mundo en busca de tesoros para la reina de Inglaterra, Isabel I. Como estudiante de Derecho, uno de los aspectos que más me sorprendió fue el juicio seguido contra Thomas Doughty, un noble acusado de amotinamiento, quien fue procesado, condenado y ejecutado.

Doughty, un aristócrata con excelentes conexiones, había logrado unirse a la expedición de Drake gracias a su influencia. Sin embargo, no estaba acostumbrado a las duras condiciones de los viajes de la época, lo que lo llevó a rebelarse contra la autoridad de Drake. Este, consciente de que la indisciplina podía poner en riesgo no solo su liderazgo sino también el éxito de la misión, no toleró la insubordinación.

Lo curioso es que, a pesar de ocurrir en el siglo XVI, a Doughty se le respetó su derecho a la defensa e incluso se le permitió contar con un abogado para organizar un juicio imparcial que determinara su culpabilidad o inocencia. No obstante, Doughty rechazó la legitimidad del tribunal y solicitó ser juzgado en Inglaterra a su regreso.

Salomoni relata en su biografía: “Thomas Doughty contaba con un abogado defensor, su amigo Leonard Vicary, quien argumentaba que Drake no tenía competencia legal para juzgarlo, ya que Doughty afirmaba poseer la misma autoridad que el comandante”. El caso era delicado, pues el cargo de amotinamiento era el más grave, y la única pena posible era la muerte.

La defensa de Doughty se basó en que Drake carecía de autoridad para juzgarlo sin una autorización por escrito. Sin embargo, el testimonio del marinero Edward Bright resultó decisivo: afirmó que Doughty le había confesado su intención de desafiar la autoridad de Drake, apoderarse de las riquezas obtenidas y sobornar a funcionarios en Londres. Ante esto, Doughty y su abogado insistieron en responder a las acusaciones en Inglaterra o, en su defecto, ser dejado en las costas de Perú. Ambas opciones fueron rechazadas, ya que Doughty podía alertar a las autoridades españolas sobre la presencia de Drake en aguas controladas por el imperio de Felipe II. Finalmente, se fijó la fecha de su ejecución.

Como era costumbre con los nobles, se le concedió a Doughty el privilegio de elegir cómo morir. La noche anterior a su ejecución, se celebró una cena en la que acusador y acusado compartieron la mesa como amigos, brindando sin rencor y en armonía. Al día siguiente, Doughty recibió los santos sacramentos y fue decapitado. Este episodio refleja el carácter flemático de los ingleses, quienes mantienen su estilo incluso en los momentos más dramáticos.

Según Salomoni, esta ejecución “proyectó una sombra durante el resto del viaje y dividió a los marineros en dos bandos. Algunos consideraban que Drake había abusado de su autoridad, mientras que otros creían que era necesaria para mantener el orden”. Este caso me recordó a un episodio similar ocurrido cincuenta y ocho años antes, cuando Fernando de Magallanes enfrentó una situación parecida con Juan de Cartagena. Pero eso es tema para otra ocasión.

Lo más relevante es que, hace quinientos años, incluso en circunstancias adversas, se respetaba el debido proceso y se mantenían las formalidades, incluso en los eventos más complejos. Surge entonces la pregunta: ¿actuaron correctamente Drake y Magallanes cuando, mutatis mutandis, se vieron obligados a juzgar y ejecutar a sus subordinados? Es algo que nunca podremos saber con certeza. Por ello, concluyo con el lema de un antiguo programa de televisión: sea usted el jurado.

 

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