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Del reloj de sol taíno al reloj de sol español

Los relojes de sol deben haberse puesto muy de moda a partir de cuando San Benito (Benito de Nursia) fundó la Orden de los Benedictinos, y sirvieron para establecer monasterios autosuficientes y la Santa Regla, la que obligaba a rezos a determinadas horas, para lo que era necesario un reloj de sol en cada iglesia de la Europa cristiana. Y aunque esto ocurría casi a mediados del Siglo VI, lo cierto es que los relojes de sol ya funcionaban tres mil años antes, entre los mayas, los egipcios y los hindúes, no para horas, sino para medir los años a partir de los solsticios y equinoccios usando grandes construcciones. Famosas por ello son la pirámide maya de Chichén Itzá, la pirámide de Keops y el obelisco del Campo de Marte, en Roma.

La verificación de un efecto similar en la Cueva del Puente, perteneciente al Monumento Natural y Reserva Antropológica Cuevas del Pomier, en San Cristóbal, plantea el uso de un reloj de sol entre los taínos para marcar el solsticio de invierno y así el final de un año y el inicio de otro. Dos diferencias importantes con las construcciones mencionadas: una estructura natural, no construida; y el uso de un gnomon de origen natural también.

El gnomon es para los relojes de sol lo que son las agujas para los relojes actuales: marcan la hora. A partir del gnomon se generó una ciencia: la gnómica, que es la ciencia de los relojes de sol, ciencia que es la resultante de los descubrimientos hechos en seguimiento tanto a los solsticios como a los equinoccios y su asociación con la observación astronómica, eventos naturales y celebraciones culturales.

El reloj de sol de la Ciudad Colonial, localizado frente al Museo de las Casas Reales, y que denominaba una pequeña plaza propia, presenta el gnomon común de todos los relojes de sol construidos. Pero el que marca el solsticio de invierno en la Cueva del Puente, en El Pomier, viene a ser completamente natural, aunque falta por ver si los responsables del seguimiento a este evento anual habrían realizado alguna modificación a la roca que funciona como gnomon en dicha cueva.

La necesidad de dividir el año en meses y días en la antigüedad, estaría justificada en el propósito de llevar controles sobre los ciclos naturales de lluvias y sequías, a fin de manejar adecuadamente la actividad agrícola. Así, y atendiendo a la observación, se elaboraron calendarios sujetos al movimiento de La Tierra con respecto al sol y a la Luna. De igual manera se manejarían para las celebraciones religiosas.

Sabido es que nuestros taínos también tenían sistemas de siembra y riego, así como celebraciones religiosas, y confirmándose ahora que llevaban la observación de los solsticios (“sol quieto”, en invierno y verano), es probable que sus celebraciones colectivas también estuvieran sujetas tanto a éstos como a los equinoccios (“noche igual”, en primavera y otoño). En el calendario actual el solsticio marca el inicio del invierno y del verano entre los días 21 y 22 de diciembre, y 21 y 22 de junio, respectivamente. En tanto, el equinoccio marca el momento en que la noche y el día tienen la misma duración, marcando el inicio de la primavera (20 y 21 de marzo) y del otoño (22 y 23 de septiembre).

Una observación importante es la posibilidad de algún cambio en las marcas, sombras o iluminación entre los elementos que conforman el reloj de sol y sus efectos. En el obelisco del Campo de Marte, por ejemplo, las medidas se deformaron con el tiempo, posiblemente por cambios en el curso del sol o alguna causa astronómica o telúrica en la propia Tierra. Quizás hace cientos de años los petroglifos de Márohu y Boinayel, en la Cueva del Puente, eran iluminados por completo y el gnomon marcaba el propio centro entre ambos. Actualmente su gnomon natural los marca en sus pies, en el centro de la base de la estalagmita que los soporta, aunque se mantiene la iluminación de todo su espacio.

Nos falta ahora dar seguimiento al efecto astronómico que ocurre en esta cueva durante el próximo solsticio de verano (21-22 de junio); dar seguimiento también a un fenómeno similar en la Caverna de Boinayel y su Cuenco de Lágrimas, en Salcedo, y continuar nuestras investigaciones en torno a la indiscutible relación de estos eventos con las evidencias de la presencia cultural Maya en nuestra Isla.

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