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Efraim Castillo

Efraim Castillo

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Aquel día que conocí a Oviedo

Conocí a Oviedo en el neurálgico año de 1963, durante una de mis frecuentes visitas al atelier de José Cestero, en la calle Arzobispo Meriño. Mi primera impresión de Oviedo fue de sorpresa, porque Cestero le había facilitado su estudio para que pintara una enorme valla publicitaria de la cerveza Presidente, la cual realizaba sobre una base de playwood. Cestero, que siempre ha sido muy hiperbólico en sus juicios, me expresó en un rincón aparte que:

La singularidad como totalidad esencial

Recuerdo, en los días que el muro de Berlín se vino abajo, que Silvano Lora, Pedro Mir y yo, ocupando asientos en el espacio principal del atelier de Silvano en la avenida Pasteur (que también se aprovechaba para los encuentros de cada jueves con sus amigos), nos planteábamos apasionadamente el futuro, no de la cultura, sino de las culturas; es decir, de los componentes físicos y abstractos que moldean la totalidad de las producciones sociales y que, a la larga, impregnan a las naciones de su singularidad, esa cualidad que, evadiendo lo que numérica o cuantitativamente no responde a la especificidad local, crea la diferencia entre los pueblos y naciones, y que Heidegger, sabiamente, expuso «como el valor de un ser —su poder— que puede medirse por su capacidad de recrearse», asegurando que «un ser es tanto más singular cuanto más capaz es de recrearse» (Martin Heidegger: "Identität und differenz, neske, pfullingen", 1957).

 

El panorama histórico en "La Mañosa"

Aún cuando Bosch no resume el estadio cronológico del texto, La Mañosa se desliza entre el 1914 y el 1915. Esta especulación la apoyo en la edad del Bosch-niño (entre cuatro y seis años, nacido en 1909) y que, al momento del discurso, estaba estacionada en ese ciclo biológico. Mi especulación adquiere rigor debido a la descripción que el yo-narrante (el Bosch-niño) hace de los visitantes a su hogar (Dimas, el general Fello Macario, José Veras, Momón y otros), así como a la cuasi-perfecta ubicación reflexiva que inyecta el novelista a su temporalidad enunciativa. Además, el periodo de crisis descrito se asemeja abrumadoramente al vivido por el país antes de la primera intervención norteamericana (1916), lo que programa otra excelencia discursiva en el tejido de la novela, ya que anuncia el final de una época y el advenimiento de otra: el Trujillato.

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