Una persona no puede oponerse a la publicación de su imagen si esta se relaciona con fines didácticos o culturales en general o con hechos o acontecimientos de interés público o que se hubieren desarrollado en público, pero sí tiene derecho a impedir su explotación comercial si no se cuenta con su consentimiento previo y expreso.

Resulta entonces que, aunque un fotógrafo tome una fotografía a una persona en ocasión de la celebración del carnaval – acontecimiento desarrollado en público – no puede explotarla comercialmente aun cuando tenga un derecho de autor sobre ella si antes no obtiene el consentimiento del fotografiado en forma expresa, en respeto a su derecho a su propia imagen.

La violación al derecho a la propia imagen, de no obtenerse autorización previa, se configuraría aun cuando la persona no aparezca identificable y reconocible con total claridad en cuanto a los rasgos y características que configuran la integridad de su fisonomía por el uso de maquillaje u ornamentos. Por el contrario, no habría inconvenientes cuando la persona lleve una máscara (salvo la remotísima (?) posibilidad de que el autor de la máscara reclame un derecho de autor sobre ella) y no sea identificable ni tampoco si se tratase de una crecida cantidad de personas las que sean fotografiadas, en el entendido de que los rasgos y actitudes de gran número de personas en un lugar público se pueden reproducir sin necesidad de consentimiento de aquellas, pues se presume la autorización tácita, ya que nos es posible reclamar individualmente la autorización.