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Carta abierta a Tony Rafúl y Andrés L. Mateo

Diógenes Abreu, articulista. Diógenes Abreu, articulista.

Estimados Tony y Andrés:

No sé si ustedes dos me mintieron durante los años setenta cuando yo era un jovenzuelo hambriento de conocimientos y ustedes eran destacadas figuras del mundo de la literatura, la política partidaria y la militancia cultural en la República Dominicana. Lo cierto es que, en aquel entonces, les creí las efusivas formulaciones socioculturales y políticas que, desde los medios de comunicación radial, escrita y televisiva, ustedes articulaban para consumo público.

Fui parte activa de ese público al cual llegaban sus pronunciamientos y decidí seguirles el ejemplo asumiendo que sus preocupaciones socioculturales coincidían con el día a día que forjó la persona que soy hoy. Les creí aquellas elocuencias intelectuales sobre el internacionalismo y solidaridad entre los pueblos, sobre todo cuando elogiaban a Máximo Gómez, Gregorio Urbano Gilbert y Jacques Viau Renaud por sus hazañas de entrega a la lucha de pueblos hermanos.

Les creí las emotivas loas a “la raza inmortal”, sus efusivos párrafos y versos en honor a los héroes y heroínas de “abril del 65”. Les creí y entonces ahondé senderos en las descarnadas calles del país, convencido de que me hablaron desde lo más profundo de sus corazones y que no eran simple pose intelectual sus duras críticas a “los remanentes del trujillismo” y la caverna traga jóvenes “del balaguerismo”.

Sin embargo, hoy los veo sumergidos en un atroz silencio, atrapados en una mudez con sordina que me ha llevado a preguntarles públicamente ¿Me mintieron? ¿Fue falso el sudor de las caminatas y las arengas ante multitudes desnudas de esperanza? ¿Era de barro el mármol del discurso intelectual con que ustedes dos nos construyeron la pasión de creerles y remedar el canto de sus barricadas?

Estimados Tony y Andrés: Hoy que desde instituciones del Estado y privadas se atropellan los valores culturales y la humanidad de la negritud dominicana, ustedes dos optan por la ausencia y la mudez sociopolítica. Hoy que un coronel policial, actuando contra un grupo folclórico y supuestamente “cumpliendo órdenes superiores”, ejecuta la desfachatez de vulnerar los derechos ciudadanos de gente tan dominicana como él, ustedes dos se visten de distancia y no se dan por aludidos. Hoy que otro sujeto policial del Estado, también dizque “cumpliendo órdenes superiores”, decide convertirse en chacal al servicio del poder racista queriendo aplastar las expresiones ancestrales de la Cofradía del Espíritu Santo de Villa Mella, ustedes ni siquiera rompen con un ¡Coño! el cristal inmaculado de su silencio.

Estimados Tony y Andrés: Hermanos y hermanas de Jacques Viau Renaud están siendo reducidos a simples cosas sin valor, bagazos de carne huesos expuestos a la furia del troglodismo “patriótico” de quienes fusionan una foto de Duarte, Luperón y Trujillo en un arrebato de odio y prejuicio contra todo lo haitiano. Sin embargo, ustedes dos ni siquiera desdicen la maldición de la deshumanización de gente cuya mano de obra nos construye viviendas, carreteras, nos cosecha frutas y vegetales y nos sirve de empleomanía doméstica.

Ustedes dos saben mejor que yo que ese objeto sin valor en que algunos quieren convertir al haitiano, es la misma persona que, en 1843, se unió a Duarte y otros Trinitarios para destronar a Boyer y, desde el pueblo de San Cristóbal continuaron la lucha junto al patricio, regresando a Santo Domingo para alcanzar el objetivo final.

Los dos no ignoran que parte de esa población persistió en preservar la abolición de la esclavitud en ambos lados de la isla. Ambos saben hasta la saciedad lo vital que fue el apoyo y participación del pueblo haitiano para que lográramos la Restauración contra la anexión a España en 1861.

Me consta que los dos son conocedores de la actuación gloriosa de un comando haitiano durante la gesta patria de abril de 1965 y que la sangre haitiana también humedece la ancestral cartografía de la ciudad intramuros en Santo Domingo. Todavía sudan las paredes de la Zona Colonial la gloriosa entrega solidaria de Jacques Viau Renaud y el comando haitiano que nos defendió junto a los constitucionalistas.

En este abril, cumplió sesenta años su entrega a nuestra patria y ni siquiera así perforaron ustedes dos la membrana de su silencio, aunque fuera con un verso. No lo hicieron, sabiendo que el torrente de odio que amenaza con arrastrarnos hacia la matanza de 1937 ya también sacó el putrefacto hedor de su lengua “anticomunista”.

Sé que ustedes dos tienen muy claro que la maldición del odio y la xenofobia también hoy embarduna de miedo las frágiles esperanzas de las comunidades dominicanas que residimos fuera del país.

Hacernos cómplices del atropello como política de Estado nos deja sin calidad moral para exigir respeto y protección a los derechos ciudadanos de nuestras comunidades en el exterior.

También han de saber, si aún sienten empatía por el prójimo y aman la condición humana, que la glorificación de la barbarie nos obligará a vomitar la hiel, ha quedarnos sin alma y, al final, la nación no será más que un fétido escupitajo contra el sujeto deshumanizado que decimos no ser.

Estimados Tony y Andrés: Lo que vayan a decir o hacer, tienen que decirlo y hacerlo ahora. ¡Más luego será muy tarde! Si lo hacen ahora, podré todavía pensar que no me mintieron, que la fervorosa pasión de su discurso en los setenta no era simple mascarada o bufonería intelectual de gente que con el tiempo se acomoda mejor a los orgasmos del poder.

¡Urge que no se queden indiferentes, callados cual soldaditos de plomo hundidos en el pantano de la complicidad! Lo que está en juego es mil veces más importante que un simple cargo gubernamental en una estructura partidaria atrapada en la negación del legado de José Francisco Peña Gómez y su eterna relación con los grupos progresistas del país.

¡La urgencia no es partidaria, estimados Tony y Andrés, es sistémica! Estamos contra el tiempo. ¡No lo olviden! Ambos se desgargantaron repitiéndolo desde las citadinas tribunas y en las tertulias conspirativas de la clase media. Sonaban entonces tan convincentes y arrojados a darlo todo por una nación más justa y equitativa. Les creí en los setenta y les tomé el ejemplo, pero hoy me niego a clonar su silencio.

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