Silencio extinto
- Escrito por Pavel De Camps Vargas
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- Publicado en Opinión
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En el tiempo que tarda en transcurrir una hora —una reunión de trabajo, un almuerzo largo o una película promedio— tres especies de fauna y flora desaparecen del planeta para siempre. Sin titulares, sin despedidas, sin homenajes. Se extinguen en un silencio profundo, como si nunca hubieran existido.
Según datos de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), se estima que más de un millón de especies están actualmente en peligro de extinción, muchas de ellas en las próximas décadas. Pero lo más alarmante es la velocidad: al menos 26,280 especies desaparecen cada año, lo que equivale a una extinción cada 20 minutos. Esta estadística ya no es un simple dato: es una sentencia.
“La extinción es para siempre. No hay marcha atrás, ni segunda oportunidad, ni milagros tecnológicos que puedan revivir lo que dejamos morir”, advierte la bióloga y conservacionista Jane Goodall.
Los principales verdugos no son naturales: somos nosotros. La deforestación masiva, la contaminación, la minería irresponsable, el cambio climático, la sobrepesca y la expansión urbana están destruyendo los hábitats esenciales para miles de especies. Lugares que alguna vez fueron santuarios, hoy son cementerios.
¿Sabías que el 75% del ambiente terrestre y el 66% del marino ya han sido “significativamente alterados” por la acción humana? Las selvas que producían oxígeno ahora producen humo. Los arrecifes de coral, antes vibrantes y llenos de vida, hoy parecen paisajes de otro planeta: blanqueados, muertos, desiertos.
República Dominicana: paraíso en riesgo
En la República Dominicana, la pérdida de biodiversidad es una bomba silenciosa que avanza cada año. Según el Ministerio de Medio Ambiente y entidades como Grupo Jaragua y la UICN, más de 1,300 especies endémicas enfrentan algún tipo de amenaza, incluyendo emblemas nacionales como el solenodonte, la cigua palmera o el guayacán centenario. La presión de la agricultura intensiva, los incendios forestales, la minería en áreas protegidas y el turismo mal planificado están empujando a varias especies hacia el abismo. Aunque el país ocupa solo el 0.03% del territorio mundial, alberga más del 2% de las especies de la región caribeña. Esa riqueza única está en jaque. Cada pérdida aquí no es solo una pérdida nacional, sino una herida abierta en el patrimonio natural del planeta.
“Cuando perdemos una especie, perdemos una historia evolutiva única, una función ecológica y, muchas veces, una oportunidad para nuestra propia supervivencia”, señala el ecólogo colombiano Brigitte Baptiste.
¿Y nosotros?
Aquí surge la pregunta más inquietante: ¿cuántas especies más deben desaparecer antes de que entendamos que nosotros no estamos fuera del ecosistema, sino dentro de él?
Cada extinción es un mensaje: la red de la vida se debilita y no sabemos en qué momento seremos nosotros el próximo hilo en romperse. La crisis no es sólo de biodiversidad. Es una crisis de valores, de prioridades, de visión de futuro.
El Papa Francisco lo resumió así en Laudato Si':
“El daño al medio ambiente es un pecado contra nosotros mismos y contra Dios.”
El tiempo se agota
El reloj sigue corriendo. La próxima hora traerá tres desapariciones más. ¿Y la siguiente? ¿Y mañana?
¿Estamos dispuestos a seguir como si nada?
¿Vamos a permitir que la historia natural se convierta en un obituario sin lectores?
¿O seremos la generación que detuvo la cuenta regresiva?
Porque si algo queda claro es esto:
Salvar a las especies es salvarnos a nosotros.