El constante desafío de proteger la libertad de expresión
- Escrito por Sergio Antonio Grullón
- tamaño de la fuente disminuir el tamaño de la fuente aumentar tamaño de la fuente
- Publicado en Opinión
- Imprimir

Antonio, el personaje de Tulio Manuel Cestero en su novela “La Sangre” (1914), fue apresado por Lilís por ser un “impenitente enemigo del orden”; o sea, por sus escritos críticos al tirano. Y como nunca se “arregló”, padeció de la condición fatal de la honradez: el aislamiento. “¿Qué leyes humanas o divinas violó? Su amor a la libertad”. Siglo XIX.
Dado que la libertad de expresión es un pilar de la democracia de Estados Unidos, permitiendo a los ciudadanos expresar sus pensamientos sin temor a represalias por parte del Estado, el personaje Antonio no hubiese tenido problemas en Nueva York… ¿o sí?
Sin haber leído lo escrito por Galíndez en su tesis doctoral en la Universidad de Columbia, Trujillo le pagó un tiquete one-way de Nueva York a Monte Cristi. Bastó con que su anillo le calentara la oreja con el chisme. La intolerancia de Trujillo a la libertad de expresión se las terminó cobrando Antonio, quien nunca creyó que el tubo de la ducha de la cárcel aguantaría la masa de su hermano Octavio. Siglo XX.
Sin haber leído la novela de Salman Rushdie, un jovencito de Nueva Jersey lo apuñaló por motu proprio en un lugar emblemático de la libertad de expresión, Chautauqua (NY). Radicalizado por videos en redes sociales, el jovencito casi logra ejecutar la fatwa del ayatolá iraní Jomeini ¡30 años después! Siglo XXI.
Es libre quien expresa su genuino pensar sin preocuparse por consecuencias, lo demás es tiranía. Máximo Avilés Blonda, en sus “Cantos a Helena” (1970), les dice al resto: “Pacta, vende tu libertad, no te dé vergüenza”.