Revolución de Abril de 1965: anatomía crítica de un proyecto constitucional frustrado 2/3
- Escrito por Frank Valenzuela
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El Triunvirato respondió con 2,500 soldados, artillería y bombardeo de napalm. After-Action Report “Manaclas”cifra 117 civiles muertos; la prensa oficial habló de “cero víctimas inocentes”.
Rodeada, la columna se rindió el 21 de diciembre. Las actas del Consejo de Guerra (Archivo Supremo Militar, caja 223) prueban que Tavárez y trece seguidores fueron fusilados tras promesa escrita de juicio civil. El ejecutor: teniente coronel Ramiro Matos González. La impunidad quedó sellada.
La ejecución transformó a Manolo en mártir constitucional. El estudiante Juan Bosch Gaviño escribiría: «Morir con la Carta en la mano es nacer en la conciencia del pueblo». El mito fue gasolina cuando los coroneles de abril buscaron apoyo popular.
La CIA evaluó el costo reputacional. Memorando OCI 4-ene-64 admite: «La acción militar fue excesiva; la simpatía se vuelca hacia los rebeldes, no hacia el gobierno».
La montaña había parido un símbolo; el valle aguardaba el estallido.. Complot de los coroneles y Plan Cero.
Complot develado
En 1964, el coronel Rafael T. Fernández Domínguez —graduado con honores en Fort Benning— redactó el Plan Cero: pronunciamiento que exigía restituir la Constitución del 63 y depurar a «los resabios del trujillato». El documento circuló en copias mimeografiadas por la UASD y los cuarteles de la 1.ª Brigada.
La CIA, en memorando 14-abr-65 (doc. 20 FRUS), desestimó la amenaza: «Oficiales románticos, poco armamento, sin apoyo logístico» . Error de cálculo. Fernández tejía una red de tenientes que conectaba con el barrio San Antón y la Federación de Motoconchistas.
El 17 de abril, rumor de destituciones precipitó el alzamiento: se fijó para el sábado 24, atando la revuelta a un relevo de guardia. Peña Gómez preparó grabaciones por si la radio caía.
El general Wessin olfateó conspiración; ordenó alerta aérea, pero no arrestó a nadie. Su confianza en el poder de los Mustang P-51 fue suicida.
El día 23, Fernández pronunció la arenga a sus capitanes: «Si traicionamos la Constitución, traicionamos la patria». Quedaban 24 horas para la chispa.
El analista Mann escribió al final de su nota: «Si se combinan barro y fusil, la isla entera será un polvorín».
24 de abril de 1965: el llamado de Peña Gómez y la insurrección
José Francisco Peña Gómez interrumpió la programación de Radio Santo Domingo a las 7 h 45: «¡Compatriotas, la Constitución vive! ¡A las calles con Duarte y Bosch en el corazón!». El cable Santo Domingo 908 describe temblores en la residencia de la embajada al oír los vítores que estallaron desde Ciudad Nueva.
A esa hora, subtenientes leales al coronel Rafael T. Fernández Domínguez habían tomado el Campamento 16 de Agosto, izando la tricolor del 1844. Wessin respondió con un sobrevuelo intimidatorio de dos P-51; las sirenas marcaron el fin de la noche tranquila que Reid Cabral anunciaba en portada de El Caribe.
Miles de obreros salieron de los ingenios y se sumaron a estudiantes en la Puerta del Conde. El corresponsal de The New York Times telegrafió: «Revolución híbrida: mezcla de obreros descalzos y oficiales con uniforme recién planchado».
En menos de cuatro horas emergieron 130 comandos barriales. Cable CIA Power Pack 27-abr-65admite: «La estructura celular confiere movilidad que nuestras fuerzas aliadas carecen». La misma fuente revela que 1 900 mujeres fungían de enfermeras y correos.
El general Wessin ordenó bombardear la Zona Colonial con cohetes FFAR: diecisiete civiles murieron. Lejos de amedrentar, la masacre multiplicó la furia popular. Le Monde tituló: «Aviones contra libros».
Al anochecer, 6 500 constitucionalistas controlaban el Palacio Nacional; el Triunvirato huía a la base aérea. Washington recibió el Flash Bennett 28-abr-65 02:34 p. m.: «Riesgo para 3 500 vidas norteamericanas». La intervención se puso en marcha.
formación de los Comandos de la Resistencia Constitucionalista
El alzamiento del 24 de abril de 1965, liderado por oficiales jóvenes del Ejército y la Marina, encontró de inmediato una respuesta espontánea entre los sectores populares de Santo Domingo. Apenas horas después del llamado de José Francisco Peña Gómez desde Radio Santo Domingo, comenzaron a formarse en los barrios humildes los primeros Comandos de la Resistencia Constitucionalista, agrupaciones cívico-militares que, sin plan previo, estructuraron células de combate, logística, mensajería y asistencia médica. Según el CIA Power Pack Sitrep 27-abr-65, estas unidades nacieron de la articulación entre estudiantes universitarios, sindicalistas, motoconchistas y sobrevivientes del Movimiento 14 de Junio, dispersos tras la caída de Manolo Tavárez Justo en Las Manaclas (1963). cite: CIA Power Pack Situation Report, 27 de abril de 1965.
El núcleo inicial de estos comandos estaba compuesto por veteranos del 14J y militantes del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), quienes, al estallar la revuelta, activaron redes de solidaridad previamente tejidas durante las huelgas obreras y los paros cívicos de 1964. Según el informe DIR 84958 de la CIA (28-abr-65), «la estructura celular confiere a los rebeldes una movilidad que nuestras fuerzas aliadas carecen». Cada célula reunía entre diez y quince combatientes, con roles definidos: tiradores, correos, cocineras, enfermeras, encargados de barricadas y observadores. Esta táctica —copiada de las guerrillas cubanas y adaptada al entorno urbano— permitía gran flexibilidad y resistencia frente a los bombardeos aéreos y los ataques con tanquetas. cite: CIA DIR 84958, 28 de abril de 1965.
El Comando de la Puerta del Conde, considerado el primero en organizarse formalmente, fue dirigido por Federico Orsinis, obrero portuario, y Eliseo “Barahona” Andújar, estibador, ambos líderes sindicales que, según la nota de prensa del The New York Times (26-abr-65), habían mantenido contacto con jóvenes oficiales leales a Bosch semanas antes del estallido. Estos comandos tomaron el cuartel policial de la calle Las Mercedes y distribuyeron alrededor de 300 fusiles M-1, facilitados por los militares sublevados del Campamento 16 de Agosto. En su crónica del 27 de abril, el enviado especial de Le Monde, Pierre Darcourt, describía: «No es una guerrilla profesional, es un pueblo en armas que se organiza con método y disciplina».
Las mujeres jugaron un papel central en la estructura de los comandos, algo reconocido incluso por los propios informes militares estadounidenses. El CIA Power Pack Sitrep 27-abr-65 especifica que 1,900 mujeres actuaban como enfermeras, correos y agentes de enlace entre los distintos puntos de resistencia. Estas mujeres, organizadas en buena parte por la Unión de Mujeres Dominico-Haitianas, también atendían los centros de primeros auxilios instalados en iglesias, escuelas y centros comunales. La Cruz Roja Internacional, en su boletín del 2 de mayo de 1965, señaló que las unidades médicas barriales habían salvado decenas de vidas civiles, pese al bombardeo indiscriminado ordenado por Wessin.
El sistema de comunicación entre comandos se basó en una red de motoconchistas y ciclistas que cruzaban la ciudad bajo fuego cruzado para llevar mensajes, municiones y alimentos. Según la investigación del periodista Henry Giniger, publicada en el New York Times Magazine (mayo 1965), estos enlaces eran esenciales para mantener la coordinación entre los frentes de la Zona Colonial, el Puente Duarte, Guachupita y Villa Francisca. Los cables interceptados por la embajada estadounidense, citados en el Embassy Flash 916, reconocen la eficacia de estas redes al afirmar que «los comandos se mueven y coordinan por rutas que los tanques no pueden bloquear».
La represión ordenada por el Triunvirato, apoyada por los bombardeos de la aviación y las patrullas blindadas, no logró desarticular los comandos, que lejos de dispersarse, se multiplicaron. Según la nota del Miami Herald del 28 de abril, la estrategia de fuego aéreo contra barrios pobres «ha convertido a cada callejón en una trinchera». Los comandos improvisaron barricadas con autobuses incendiados, alambres de púas, escombros y muebles, mientras reforzaban las azoteas con sacos de arena y neumáticos llenos de piedras. Las fotografías de Life Magazine, en su edición de mayo de 1965, mostraban escenas de niños cargando piedras junto a combatientes armados, reflejando la dimensión popular y masiva de la resistencia.
Con el paso de los días, los comandos comenzaron a utilizar contraseñas y señales lumínicas durante las noches para evitar infiltraciones de las tropas leales y de los marines estadounidenses, que ya habían comenzado su despliegue en el Malecón y en la pista de San Isidro. El After-Action Report Power Pack del Pentágono, capítulo VI, reconoce que «la organización popular de los comandos fue la principal dificultad táctica para las fuerzas interventoras». Esta resistencia, articulada desde los márgenes sociales, convirtió una sublevación de cuarteles en una insurrección popular, capaz de paralizar a la maquinaria militar del Triunvirato y de forzar la mirada del mundo hacia el drama dominicano. Como escribió Pierre Darcourt en Le Monde, «ni los blindados, ni los aviones, ni la propaganda han podido apagar la furia del barrio».
Asalto al Palacio Nacional (19 mayo 1965)
Con el frente estabilizado, los rebeldes planearon un golpe de mano para romper el cerco. Fernández Domínguez reclutó a 120 voluntarios y dos docenas de Hombres Ranas. El Plan “B-15” preveía entrar por la avenida Doctor Delgado, inutilizar los nidos de ametralladora y capturar a Reid Cabral para negociar sin tutela extranjera.
A las 14 h 07 sonó la explosión de apertura; los comandos avanzaron detrás de un camión GMC blindado con planchas de acero. Desde la azotea del Hotel Embajador, marines del 3/6 batieron la columna con calibre .50. Parte S-2/504th calcula 3 000 disparos en doce minutos.
El general José Ramón Montes Arache, jefe de los “lealistas”, pidió apoyo de morteros 81 mm emplazados en la escuela Uruguay. El fuego de cobertura cerró toda posibilidad de repliegue. El comandante Juan Miguel Román cayó junto a Fernández; Ilio Capocci intentó izar una bandera blanca y recibió un disparo en la garganta.
El Diario de Operaciones del CEFA (folio 47, desclasificado 2024) reconoce: «El aporte norteamericano fue decisivo para impedir la captura del edificio»; la cifra de nueve muertos rebeldes sube a dieciséis en la Cruz Roja.
A las 15 h 01 los restos del comando se retiraban bajo humo de granadas fosfóricas. Peña Gómez habló de «Golgota de la Constitución»; Life publicó la foto de Fernández tendido en la acera, convirtiéndolo en mártir transnacional.
La derrota táctica reforzó la determinación rebelde: el mito del “coronel inmortal” soldó el frente civil-militar y añadió urgencia a la intervención de Washington, que redobló tropas.
El surgimiento de Francisco Alberto Caamaño, presidente en armas
El 28 de abril de 1965, mientras las calles de Santo Domingo ardían entre las barricadas de los comandos constitucionalistas y los bombardeos de la aviación lealista, comenzaba a perfilarse la figura que, en pocos días, se convertiría en el emblema de la resistencia armada por la Constitución de 1963. Francisco Alberto Caamaño Deñó, mayor de navío, hijo de un general trujillista, formado en navegación en Newport y graduado en liderazgo militar en Quantico (1963), emergía del corazón mismo de las Fuerzas Armadas como el inesperado rostro civil y militar del proyecto constitucionalista. En su ensayo final de Quantico, desclasificado recién en 1994, había defendido la idea de la “dignidad nacional como núcleo de la contrainsurgencia”, una ironía que el tiempo convirtió en profecía.
Tras la muerte del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, caído el 19 de mayo durante el fallido asalto al Palacio Nacional, Caamaño se consolidó como la figura de consenso dentro de la oficialidad insurrecta y entre los comandos populares. El propio embajador estadounidense, W. Tapley Bennett, en cable enviado a Dean Rusk (28-abr-65, 00:26), lo describió como «joven, austero, carismático, hostil a toda tutela», subrayando que gozaba de respeto tanto entre sus pares militares como en los barrios obreros. La CIA, en su perfil psicológico DR-65-201, completaba el retrato: “Católico practicante, disciplinado, popular porque no roba; nacionalista radical”. La legitimidad que otros buscaban en los despachos o las embajadas, Caamaño la cimentaba en las trincheras y en la calle.
El 4 de mayo de 1965, reunido un Congreso residual, sin quórum formal pero legitimado moralmente por la revuelta popular, Francisco Alberto Caamaño fue proclamado Presidente Constitucional en Armas. Su primer decreto fue la restitución de la Carta de 1963, el segundo, la liberación de los presos sindicales y, como tercer acto de gobierno, decretó la congelación de los alquileres en los barrios populares, medida que fue leída por la élite como un síntoma alarmante de radicalización social. El The New York Times, en su edición del 5 de mayo, advertía que en Santo Domingo «se respira el clima de una Revolución Cubana al 50 %».
Lejos de conformar un gobierno exclusivamente militar, Caamaño abrió su gabinete a civiles de reconocida trayectoria política y social. Nombró al marxista moderado Héctor Aristy como secretario de Economía, quien planteó la nacionalización de los ingenios improductivos, y a Juan Miguel Román, que poco antes de morir en el asalto al Palacio, había redactado la propuesta de elevar el salario mínimo agrario. Los cables de la CIA, en particular el DR-65-201, calificaban esa apertura como “una estrategia para consolidar su popularidad, basada en la imagen de oficial incorruptible y nacionalista”.
El propio Caamaño, en un gesto de audacia, acudió el 3 de mayo a la embajada de EE. UU. a entrevistarse con el embajador Bennett, quien le exigió la rendición incondicional. La respuesta del líder constitucionalista fue tajante: «No nos rendiremos y lucharemos hasta el final». El cable Santo Domingo 572, enviado por Bennett al Departamento de Estado, sintetizaba la escena: «Sin signos de colapso moral en el liderazgo constitucionalista». Esta negativa provocó que Washington activara la segunda fase de la Operación Power Pack, duplicando la presencia de tropas norteamericanas, que pasaron de 10,000 a 21,000 marines en cuestión de días, según consta en el FRUS doc. 99.
A medida que avanzaban los días, la imagen de Caamaño como símbolo de dignidad y resistencia se consolidaba. En las paredes de los barrios capitalinos, los murales proclamaban: «Caamaño es el pueblo armado». La Time Magazine, en su edición de mayo de 1965, tituló su reportaje: «The Sailor President», destacando que, por primera vez en América Latina, un país enfrentaba tropas norteamericanas en nombre de una Constitución, no del comunismo. Esta dimensión ética y nacionalista de la lucha desconcertó a la prensa internacional, acostumbrada a leer los conflictos del Caribe bajo la lógica binaria de la Guerra Fría.
Pero el carisma y la legitimidad moral no bastaban para sostener la resistencia frente al cerco militar y económico impuesto por los marines y las fuerzas leales al Triunvirato. Cada día de bloqueo reducía la capacidad de abastecimiento de los comandos constitucionalistas, agotando municiones, alimentos y medicinas. Como advirtió el secretario de Defensa Robert McNamara en comunicación a Lyndon B. Johnson (FRUS doc. 99): «Si Caamaño consolida la alianza entre los barrios y los cuarteles, perderemos la guerra política». De ahí la urgencia de Washington por acelerar la intervención y cerrar el cerco antes de que la figura de Caamaño se consolidara aún más.
La consigna entre las tropas constitucionalistas era sencilla, pero potente: “Honor y Constitución”. El liderazgo de Caamaño, lejos de ejercerlo desde la retaguardia, se alimentaba de su presencia constante en los frentes de combate. Pasaba las noches inspeccionando las posiciones del Puente Duarte, dialogando con los combatientes, verificando las defensas. Por eso, los comandos lo bautizaron como el “coronel del puente”, en contraste con Donald Reid Cabral, refugiado en el lujoso Hotel Embajador bajo protección militar y diplomática.
Finalmente, la negativa de Caamaño a ceder ante las presiones de la embajada y la Casa Blanca selló su destino político y militar. Aunque su figura creció en el imaginario popular como un líder íntegro y nacionalista, la superioridad logística del enemigo y el cerco internacional fueron debilitando progresivamente las posibilidades tácticas del movimiento constitucionalista. Sin embargo, más allá del desenlace, el liderazgo de Francisco Alberto Caamaño Deñó encarnó el momento más alto de la dignidad política dominicana frente a la injerencia extranjera y al autoritarismo interno. Su proclamación como Presidente en Armas fue mucho más que un acto simbólico: fue la afirmación de que, incluso bajo las balas, la Constitución podía ser defendida.
Reunión en la embajada: Caamaño frente al ultimátum
El 3 de mayo de 1965, cuando el fuego de los bombardeos partía la capital dominicana y los comandos constitucionalistas resistían en las barricadas del Ozama, el presidente en armas, Francisco Alberto Caamaño Deñó, cruzó la puerta de la embajada de Estados Unidos. No iba a pactar la rendición de la República. Frente al embajador W. Tapley Bennett, quien exigió la capitulación incondicional, Caamaño respondió sin vacilaciones: «La patria no se rinde». Así lo consigna el cable Santo Domingo 572, enviado esa misma noche a Washington, donde se advertía al Departamento de Estado: «No hay indicios de colapso moral en el liderazgo constitucionalista» (FRUS, vol. XXXII). Aquel gesto, bajo la sombra de la mayor potencia militar del mundo, no fue solo resistencia política: fue la reafirmación del derecho dominicano a decidir su propio destino.
En la conversación posterior con el Secretario de Estado, Dean Rusk, el propio Bennett tuvo que reconocer que Caamaño «habla en nombre de una revolución auténtica, no de agitadores extranjeros». Pero Rusk, prisionero de la lógica de la Guerra Fría, replicó de inmediato: «La autenticidad no cambia la amenaza comunista» (FRUS doc. 55). La evidencia que contradecía la narrativa del Pentágono —cables de la CIA como el DIR 84958, que reconocían apenas 150 comunistas armados en todo Santo Domingo— fue ignorada en favor de la propaganda. Frente a las presiones imperiales, Caamaño no ofreció excusas ideológicas ni se amparó en retóricas extranjeras: defendió la Constitución, el sufragio y la soberanía nacional, tres banderas que Washington prefirió bombardear antes que respetar.
Las grabaciones de la Casa Blanca, específicamente las cintas LBJ (04-05-65, segmento 6), capturaron la reacción airada del presidente Lyndon B. Johnson ante la negativa de Caamaño: «Si persiste, aplicaremos la receta Santo Domingo en cualquier lugar del hemisferio». La amenaza iba más allá de las costas del Caribe; era una advertencia a toda América Latina de lo que ocurriría si algún otro pueblo osaba defender su democracia fuera del control de Washington. Pero Santo Domingo no fue solo el laboratorio de la Doctrina Johnson: fue también el altar donde los dominicanos demostraron que el coraje y la dignidad podían sostenerse, incluso bajo las bombas.
El Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EE. UU., presionado por la evidencia del uso excesivo de la fuerza, emitió el informe S-PRT 89-12, donde calificaba de “presión inaceptable de la embajada, comprometida con la ruptura de la neutralidad diplomática”. El documento, sin embargo, fue archivado sin consecuencias, sepultado bajo la política del silencio. Las declaraciones testimoniales del senador Wayne Morse, recogidas por el New York Times el 9 de mayo de 1965, advirtieron que «la intervención en República Dominicana ha destruido la credibilidad moral de nuestra política exterior». Pero la maquinaria militar ya estaba en marcha, y la ética había sido derrotada por el pragmatismo geoestratégico.
Para el Pentágono, la firmeza de Caamaño ante la embajada marcó lo que llamaron en sus planes operativos el “punto de no retorno”. La respuesta fue diseñar la zona de exclusión, partiendo la capital en dos corralones militares: de un lado, los marines y el Triunvirato; del otro, el pueblo rebelde y los comandos constitucionalistas. Las barriadas populares, aisladas por barricadas y alambradas, quedaron sin acceso a los hospitales del centro de la ciudad. Según el reporte de la Cruz Roja Internacional, en apenas tres días murieron cuarenta civiles por falta de ambulancias y atención médica, víctimas indirectas del bloqueo humanitario impuesto por los ocupantes.
El CIA Intelligence Memo del 8 de mayo de 1965 fue brutal en su franqueza: «Solo exilio o muerte neutralizarán la amenaza de Caamaño». El documento, desclasificado décadas después, dejaba claro que la negativa del líder constitucionalista había sellado su destino ante los ojos del imperio. Cinco meses más tarde, el Acuerdo de Reconciliación Nacional, mediado por la OEA, impondría el exilio a Londres como única salida para el presidente en armas. Aquel destierro fue apenas un compás de espera: en 1973, Caamaño sería ejecutado tras su regreso clandestino, cumpliendo así la profecía redactada por los analistas de Langley.
Pero ni el exilio, ni la muerte, ni las balas extranjeras pudieron borrar la estampa de aquel hombre que, en el corazón de la embajada del invasor, dijo sin bajar la mirada: «La patria no se rinde». En ese acto, Francisco Alberto Caamaño Deñó no solo defendía una Constitución; defendía la dignidad de un pueblo y de una historia. Hoy, cada vez que se recuerda su nombre, resuena la enseñanza profunda de abril: que la soberanía no se mendiga, se conquista. Aunque el precio sea la sangre, aunque la prensa del imperio la llame locura, aunque los cables diplomáticos la etiqueten como “amenaza”, fue y seguirá siendo el acto más alto de la política dominicana del siglo XX.
La invasión norteamericana: Operación Power Pack
El 28 de abril de 1965, a las 14:34 h, el embajador estadounidense en Santo Domingo, W. Tapley Bennett, activó el llamado “teléfono rojo” de la Casa Blanca y transmitió una alarma categórica: «Lucha callejera pone en riesgo 3 500 vidas norteamericanas». La respuesta del presidente Lyndon B. Johnson fue inmediata: 54 minutos después, firmó la Orden Ejecutiva de intervención militar, sin consultar al Consejo de Seguridad Nacional. El FRUS doc. 31 lo constata: no hubo deliberación institucional, solo reflejo geopolítico. El primer contingente, compuesto por 1 409 marines, desembarcó por el Malecón esa misma tarde, bajo cobertura de la 2.ª Ala de Apoyo Aéreo. El Congreso no fue notificado hasta después del desembarco.
A medianoche, paracaidistas de la 82.ª División Aerotransportada tomaban control de la pista de San Isidro, mientras los blindados aseguraban el perímetro de la embajada y los hoteles internacionales. La misión inicial de evacuación de ciudadanos estadounidenses fue rápidamente ampliada. Según el memorando McNamara (26-may-1965), el aumento de tropas a 21 000 efectivosen solo 15 días se debió a la “explosiva situación política y la debilidad de las fuerzas leales al Triunvirato”. La monografía militar Power Pack, publicada por el Pentágono en 1966, admite que en 48 horas la misión se transformó en una operación de “pacificación” y “protección de intereses estratégicos”.
La ciudad quedó partida en dos: al este, la Zona de Seguridad Internacional, protegida por marines, que incluía embajada, puerto, bancos y el Hotel Embajador; al oeste del río Ozama, la Ciudad Rebelde, donde los comandos constitucionalistas y los barrios populares resistían. Los marines desplegaron alambres de cuchillas, altavoces con el mensaje oficial “Estamos aquí para proteger vidas americanas”, y drones de reconocimiento primitivos. La respuesta fue simbólicamente potente: altavoces caseros en las barricadas repetían sin cesar: “Marines go home”. La guerra psicológica había comenzado.
En el Puente Duarte, los enfrentamientos adquirieron carácter épico. Entre el 29 de abril y el 5 de mayo, los comandos liderados por Juan María Lora Fernándezrepelieron cinco intentos de cruce de los marines, usando lanzagranadas caseros, botellas incendiarias y barricadas móviles. El parte de la 504.ª unidad aerotransportada reconocía 26 bajas propias; la Cruz Roja Dominicana contabilizó 78 muertos constitucionalistas, aunque fuentes no oficiales elevaron la cifra a más de 100. La defensa del puente se convirtió en una suerte de Stalingrado tropical, símbolo de dignidad frente a la ocupación.
El cable DIR 84958 de la CIA, fechado 30 de abril de 1965, desmentía por completo la narrativa oficial de Washington: «Solo 150 militantes comunistas armados han sido identificados». Sin embargo, la maquinaria de propaganda estadounidense mantenía la tesis de una inminente “segunda Cuba”. Un año más tarde, el State cable 211849 (5-jun-1966) calificó la intervención como “un ejemplo exitoso de acción preventiva”. La evidencia empírica fue sacrificada en el altar de la retórica estratégica. La Guerra Fría no necesitaba verdades, solo relatos funcionales.
El costo humano de la invasión fue devastador. La Cruz Roja Internacional calculó 2 650 muertos civiles, muchos de ellos por bombardeos en zonas residenciales como Guachupita, Villa Francisca y San Antón. El Pentágono admitió oficialmente 54 bajas estadounidenses, pero omitiendo las heridas psicológicas y físicas que afectaron a cientos de marines. La diferencia estadística fue tratada como un asunto de “contención informativa”: la victoria debía parecer quirúrgica, limpia, inevitable. The Guardian, en su edición del 12 de mayo de 1965, acusó a EE. UU. de practicar una “intervención humanitaria de plomo caliente”.
En el Congreso estadounidense, el congresista Phillip Burton calificó el desembarco como “un acto de guerra no autorizado” y pidió activar la Enmienda Fulbrightpara suspender los fondos de la operación. La moción fue archivada en menos de 24 horas. La doctrina de seguridad hemisférica tenía carta blanca. Así nacía la Doctrina Johnson, formulada en los hechos: el supuesto derecho de EE. UU. a intervenir unilateralmente en cualquier país del hemisferio si se percibía —o inventaba— una amenaza comunista. Santo Domingo fue su laboratorio; los manuales del Southern Command la adoptarían como protocolo operativo estándar.
La invasión de 1965 convirtió a la República Dominicana en teatro de guerra durante la Guerra Fría, con la peculiaridad de que el enemigo no era Moscú ni La Habana, sino una ciudadanía movilizada por la restitución de una Constitución democrática. Como editorializó el Le Monde Diplomatique (junio 1965): «No fue una guerra contra el comunismo: fue una guerra contra el constitucionalismo popular». Y como ironizó Gore Vidal en su columna para The Nation, “los marines llegaron para salvar a los dominicanos de su democracia”.
Entre la insurrección y la ocupación: la dignidad cercada por las bayonetas
El levantamiento del 24 de abril de 1965, convocado por jóvenes oficiales constitucionalistas ,encendió una chispa que se convirtió en insurrección popular. En apenas 48 horas, la revuelta dejó de ser un pronunciamiento militar para transformarse en una rebelión cívico-militar, con la incorporación masiva de estudiantes, obreros, sindicatos y habitantes de los barrios populares. Mientras las fuerzas leales al Triunvirato intentaban contener el avance con bombardeos aéreos, la capital fue rápidamente partida en dos: la Ciudad Rebelde, con sus barricadas, y la zona protegida de la oligarquía, defendida por los restos del aparato militar trujillista.
El impacto político de ese primer momento fue devastador para los golpistas. El general Elías Wessin y Wessin, considerado el pilar del Triunvirato, no logró sofocar la rebelión ni asegurar el control de la ciudad. En su desesperación, ordenó ataques indiscriminados contra la población civil. El informe de la Cruz Roja Dominicana registró 17 muertos y decenas de heridos solo en el primer bombardeo sobre la Zona Colonial. Lejos de quebrar la resistencia, estas masacres multiplicaron el apoyo popular a los constitucionalistas. En el cable CIA DIR 84958 (30-abr-65), la inteligencia norteamericana admitía que «el carácter plebeyo de la insurrección complica cualquier solución militar rápida».
Sin control político ni dominio militar del territorio, el Triunvirato recurrió a su última carta: Washington. El 28 de abril, bajo el pretexto de proteger las vidas de ciudadanos estadounidenses, el embajador Tapley Bennett activó la línea roja con la Casa Blanca y convenció a Lyndon B. Johnson de autorizar la intervención. El FRUS doc. 31 confirma que la decisión fue tomada sin consultar al Consejo de Seguridad Nacional, evidenciando que la prioridad no era la estabilidad democrática, sino evitar que la revuelta constitucionalista consolidara un modelo político autónomo. Esa misma tarde, los primeros 1,409 marinesdesembarcaban en el Malecón. En palabras del periodista Henry Giniger del New York Times, «la bandera de las barras y las estrellas ondeó sobre Santo Domingo antes de que sonara el primer disparo real de negociación».
El efecto inmediato de la invasión fue la congelación del frente político interno. Los sectores conservadores, que hasta entonces buscaban justificar el golpe como una “acción preventiva contra el comunismo”, encontraron en las tropas estadounidenses la fuerza que los militares locales no pudieron ofrecer. El memorando McNamara (26-may-65) reveló que, ante la incapacidad del Triunvirato para sofocar la rebelión, las fuerzas norteamericanas pasaron de 10,000 a 21,000 efectivosen menos de quince días. En las barriadas de Guachupita, San Antón y Villa Francisca, los constitucionalistas resistieron con armas ligeras, mientras los aviones P-51 y los tanques norteamericanos arrasaban las posiciones defensivas.
El Puente Duarte, eje estratégico de la capital, se convirtió en el escenario simbólico de esa resistencia. Allí, el coronel Juan María Lora Fernández, al mando de los comandos constitucionalistas, repelió cinco ofensivas consecutivas de los marines y las fuerzas leales, utilizando granadas caseras y barricadas. El parte del 504th Regimiento Paracaidista reconoce 26 bajas propias en el intento de tomar el puente, mientras que la Cruz Roja Dominicana reportó 78 constitucionalistas muertossolo en esa línea de combate. Las imágenes del Life Magazine mostraban tanques avanzando sobre calles destrozadas y niños empuñando piedras, una postal que desgarró la conciencia internacional.
Frente al cerco militar y al bombardeo sistemático, el liderazgo de Francisco Alberto Caamaño Deñóoptó por mantener la línea política de la Constitución como bandera moral de la resistencia. Lejos de ceder ante la presión armada, Caamaño impulsó la proclamación formal del gobierno constitucionalista el 4 de mayo de 1965, con la restitución de la Carta Magna de 1963 y la formación de un gabinete con civiles y militares leales al proyecto democrático. El Time Magazine, en su edición de mayo, describió la escena con estas palabras: «Por primera vez en América Latina, un pueblo enfrenta marines bajo la bandera de la democracia, no del comunismo».
Pero Washington, decidido a imponer la rendición, endureció la ofensiva militar. Las notas de la CIA (CIA Intelligence Memo, 08-05-65) fueron claras: «Sin exilio o muerte de Caamaño, no habrá colapso de la resistencia». En ese contexto, la embajada norteamericana, bajo presión del Pentágono, planteó por primera vez la vía de una negociación política. El propio embajador Bennett, consciente del descrédito internacional de la invasión, propuso a Caamaño iniciar un diálogo, pero desde una posición de fuerza: bajo bloqueo militar y ocupación extranjera. El cable Santo Domingo 572 dejó constancia de que Caamaño rechazó la rendición, aunque aceptó abrir la puerta a las conversaciones por respeto al pueblo que resistía.
El impacto de esta ocupación fue profundo y devastador. Más allá de los 2,650 civiles muertosdocumentados por la Cruz Roja Internacional, la intervención norteamericana cercenó el proceso democrático que había sido votado en las urnas en 1962. El legado inmediato fue la imposición de un gobierno títere, el desplazamiento de las fuerzas populares y la institucionalización del miedo. Sin embargo, la dignidad con que el pueblo dominicano enfrentó las tropas extranjeras escribió una de las páginas más nobles de la historia de América Latina. Como registró el Le Monde en su edición del 7 de mayo de 1965: «En Santo Domingo, la democracia no cayó de rodillas; fue obligada a arrodillarse bajo las botas del imperio».
PRIMERA PARTE:
https://do.municipiosaldia.com/opinion/item/48329-revolucion-de-abril-de-1965-anatomia-critica-de-un-proyecto-constitucional-frustrado-1-3