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En Semana Santa todo fue posible

Es muy posible que usted haya estado como las habichuelas o los garbanzos antes de cocinarse, en remojo, ya sea de agua salada del mar o en agua dulce de un fresco lago o río, y es posible también que se le arrugara la piel como un higo seco.

Es posible que usted estuvo con una fría en la mano matando una resaca en la playa, con la visión un tanto borrosa, peleando sin opciones con contra un calor que le cocinaba el cerebro.

Es muy posible que usted ya se haya tragado sus buenos sorbos de agua salada por querer presumir de buen nadador y en cuanto se ha ido el fondo, el salvavidas ha tenido que sacarlo con un tremendo susto para todos.

Es muy posible que usted hay estado mirando de reojo a esa bañista bien atrevida que llevaba un bikini de los llamados hilos dentales, y se tropezó no sólo con alguien que iba caminado, y con la mirada de su esposa, la de usted, por eso tiene un ojo un tanto tumefacto.

Es muy posible que lo hayan tenido que llevar cargado a la enfermería de un puesto de socorro porque pisó un bendito erizo que le estaba esperando, justo a usted, para clavarle treinta y seis afiladísimas púas como venganza por asuntos pendientes de contaminación marina.

Es posible que usted tuviera que aguantar toda la mañana, la tarde  y buena parte de la noche a sus cinco hijos, como lo hace su mujer todos los días, y que  echó de menos la guardería, el kindergarten y hasta el colegio de pago, por caro que sea.

Es posible que usted haciéndose el duro no se hubiese protegido bien la espalda, el pecho, los brazos y las piernas con esos bloqueadores solares que no sólo huelen, sino que apestan, a coco, a zanahoria o a demonios, y que durante los días que quedan de vacaciones, y algunos después también, pareció un camarón sancochado listo para servir como sabroso aperitivo.

Es posible que usted haya tenido que invitar a su suegra y tuvo que hacer el papel de abnegado y cariñoso yerno, frenando a cada rato las intenciones sarcásticas y malévolas de ese Doctor Merengue que todos llevamos dentro.

Es posible que usted haya estado en un cómodo resort lejos de las bachatas a todo volumen, de las familias más que numerosas, de los espaguetis con pan, del romo buenamente compartido, de los tubos de camión flotadores, de los mangansones haciendo maromas y juegos de manos, salpicando arena a todo el mundo, en este caso lo felicitamos.

Es posible que usted tuvo que arreglar una goma que parecía un tanto gastada desde el inicio del viaje y toda la familia le  recriminó su falta de sensatez y previsión porque, además, el gato se lo había prestado a ese vecino que nunca de devuelve nada.

Es posible que usted comió y cenó casi todos los días en una popular pizzería pues los precios de esos pequeños y entrañables restaurantes costeros, picaban más que una aguaviva de orilla.

Es posible que estuvo pensando en el lío en que se metió para pagar estas cortas vacaciones, en el préstamo que cogió, en la tarjeta de crédito que estába casi en el límite, en los intereses que tendrá que pagar durante todo el año, y que a pesar de estar en un hotel bien cómodo con mullidas camas y relajantes vistas al océano, no pudo estar sosegado ni concilió el sueño.

Es posible que usted se haya quedado en la capital y manejó como un rey, sin tapones, por las grandes avenidas, que no hizo las filas para pagar en los supermercados, y que no tuvo que soportar el ruido infernal de los colmadones, y que por unas horas, o con suerte unos días, usted disfrutó de una ciudad más tranquila y hasta acogedora.

Y es que en la Semana Santa, con su mística religiosa de base y sus milagros, hizo que todo fuera posible. Incluso divertirse de manera sensata.

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