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Armonía entre el formato físico y el digital

El funeral del libro se aproxima bajo esta premisa del cambio de formato físico a digital. La cultura, de alguna manera, siempre quiere ser aniquilada. El paso al formato físico no es moda, es la evolución por las necesidades de los usuarios, por todo aquello que exigimos como humanidad. Las industrias no plantean una filosofía de vida, elaboran lo que esperamos.

El cambio de formato no existe como tal, al menos no todavía. Hemos dado un paso a lo digital, un paso importante, pero es imposible crucificar una etapa antes de que complete su ciclo. No se puede hablar de era digital cuando muchos entes no conocen siquiera la maravilla de un libro físico. Civilizaciones que agonizan sin enterarse qué fue lo físico o qué será lo digital.

Todo cambia: las relaciones, las formas de vida. Todo va orientado a una era tecnológica que trae consigo sus ventajas de facilitar procesos, de gestar relaciones a distancia, pero que en su paso destruye las relaciones humanas. Las fotografías, las relaciones sociales, los juegos, la música, el cine, las formas de pago, la comunicación... son mercados que han dado un paso en ese sentido y se asume de manera natural. Cuando se trata del reflejo de la cultura de una nación, como en el caso de los libros, la sociedad tiene sed de elección, de extinguir lo físico, cuando lo ideal sería el equilibrio entre los formatos.

Es cuestionado el daño del libro físico al medio ambiente, argumentos sobre talar árboles y químicos perjudiciales, cuando el proceso del libro digital conlleva daños inmediatos y resultados negativos futuros. El libro digital carece de personalidad, nunca será independiente, siempre necesitará un dispositivo que lo sustente. El material para fabricar dichos dispositivos se extrae de la minería y para su uso siempre se utilizará la energía eléctrica, es decir que siempre tendrá un impacto ecológico.

El tema del aprendizaje puede ser sensible ante los formatos, pues mayormente en  las aulas se educa con libros físicos y pizarras, pero un sinnúmero de alumnos en su entorno tienen contacto con dispositivos digitales. Hay niños que desde los primeros años de vida asumen la cultura digital familiar, se relacionan con las máquinas, luego van al centro educativo con métodos totalmente distintos, que pueden enriquecerlos o confundirlos.

El texto digital abre puertas, es inmediato, rompe barreras de acceso. Se adapta al tiempo presente, promesa del futuro. Se puede tener millones de títulos en el bolsillo, compartirlos.

El texto impreso es amistad, contacto, intimidad. Agrega valor emocional y coste que transciende a ediciones agotadas, por las cuales lectores son capaces de invertir hasta el alma.

Estamos entre lo físico y lo digital: nacimos con uno, agonizaremos con ambos. A lo mejor no es preocupación nuestra. Pero hay que dar una mirada a la generación que se avecina, no crear resistencias y abogar porque no se elimine el libro por una lucha entre formatos, que lo mercantil no supere lo humano.

No es la muerte del libro, es la era de armonizar los formatos, unirlos en su dinámica de reproducción, distribución. Unirlos, hasta que la muerte los separe.

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