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San Cristóbal... ¿hasta cuándo?

Si exceptuamos a Santo Domingo y Santiago, ninguna ciudad dominicana ha sido tan insertada en la historia dominicana como San Cristóbal.

 

Y no lo expreso por el asunto de nuestra Constitución originaria, ni por ser la cuna de José María Cabral y otros héroes, ni por la falacia histórica que oculta la rebelión de Santa María, la primera sublevación negra de América —escenificada en esa Nigua donde se entrega al mar el río del mismo nombre que cruza San Cristóbal, luego de nutrirse del Yubazo—, ni por lo otro, tal como los registros que la señalan como refugio principal de los mulatos haitianos durante la violenta diáspora que siguió a la independencia haitiana, o como la marca geográfica que ostenta de ser la puerta del Sur dominicano.
Sin embargo, el grueso de los registros que señala a San Cristóbal como una de las tres ciudades dominicanas con más citas históricas se reduce a unas ínfimas cuartillas si se compara con los miles de folios escritos sobre Rafael Leónidas Trujillo Molina y su ciudad natal, en esa singladura de setenta años que abarcó su vida, por una parte, y los cincuenta y cuatro que lo separan de su muerte.

Y, señores, ¿acaso no es esa extensa, extensísima distancia de cientoveinticuatro años, un motivo suficiente para reparar el tratamiento y castigo inmerecidos que ha recibido San Cristóbal, a partir del 30 de Mayo del año 1961, la fecha en que Trujillo fue muerto?

Porque aún con todas las inserciones de San Cristóbal en la historia dominicana, la bibliografía en donde se la menciona no la ha liberado de ser la responsable del nacimiento —bajo el abrigo de su fuero— de quien todos, absolutamente todos los dominicanos, llamaban El Jefe. Sí, ahí está la San Cristóbal que Trujillo llenó de brillo y la que, cincuenta y cuatro años antes, la mayoría de los dominicanos deseaba aquilatar como suya y vivir en ella... y aquí está la San Cristóbal de hoy, cuya ruina y abandono lloramos cada día. Esa San Cristóbal que da pena caminar por sus calles y donde la criminalidad emerge como un monstruoso huracán, aposentándose en sus compueblanos y llenándolos de pavor.

¿Hasta cuándo, San Cristóbal?

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