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El sendero de la República Dominicana ante la incertidumbre global

Milton Olivo. Milton Olivo.

En medio de un panorama internacional cada vez más complejo y volátil, la República Dominicana enfrenta desafíos y oportunidades que exigen una revisión profunda de su modelo económico, político y social. Las consecuencias macroeconómicas derivadas del conflicto en Ucrania, sumadas a los efectos persistentes de políticas proteccionistas impulsadas por la administración Trump —orientadas a repatriar capitales y recuperar empleos en EE. UU.—, afectan de forma directa a países con economías abiertas y dependientes, como la nuestra.

El encarecimiento de materias primas, especialmente del petróleo, impacta de forma directa en nuestra balanza comercial. Aunque la República Dominicana carece de hidrocarburos, posee importantes reservas de oro y otros minerales que pueden representar una ventaja estratégica si se gestionan con transparencia, visión de desarrollo y un enfoque de sostenibilidad.

Ante este panorama, se impone una reingeniería del Estado dominicano. El modelo centralizado ha mostrado limitaciones frente a los desafíos modernos. La opción de evolucionar hacia un sistema federal, que descentralice competencias y acerque el poder a los territorios, merece ser discutida con seriedad y visión de futuro. La descentralización permitiría una gestión más eficiente de los recursos públicos, alineada con las necesidades reales de cada región.

En este nuevo marco, es fundamental reenfocar la inversión pública. Se debe dejar atrás la lógica del gasto improductivo para canalizar recursos hacia sectores que incrementen la producción, diversifiquen la economía y generen empleos sostenibles. La apuesta debe ser por el desarrollo de nuevos sectores productivos, con una estrategia de largo plazo que tenga como objetivo multiplicar las exportaciones y erradicar el desempleo estructural.

La Cuarta Revolución Industrial abre oportunidades sin precedentes para los emprendedores. Es necesario crear un ecosistema que impulse la innovación, la tecnología y el emprendimiento digital. Programas de formación, incubadoras, incentivos fiscales y financiamiento inteligente son esenciales para aprovechar el talento joven del país.

Asimismo, se debe mirar hacia la diáspora dominicana, presente en Estados Unidos, Europa y otras regiones. La creación de supermercados y tiendas gestionadas por dominicanos en esos países, que funcionen como vitrinas para productos nacionales, representa una oportunidad doble: fortalecer nuestras exportaciones y empoderar económicamente a las comunidades en el exterior. Estas iniciativas pueden organizarse como sociedades por acciones, vendidas a los propios dominicanos residentes en esos países, generando un sentido de pertenencia y corresponsabilidad económica.

Un eje estratégico insoslayable es la agroindustria. Urge construir un tejido nacional de agroindustrias municipales que conviertan la producción agropecuaria en productos procesados, con valor agregado. Esto incluye el desarrollo de la pesca industrial y su procesamiento, permitiendo ampliar las áreas bajo cultivo, diversificar la matriz exportadora y crear decenas de miles de nuevos empleos. Además, la agroindustria dinamiza las economías locales y estimula la creación de empresas conexas en logística, empaque, maquinaria, tecnología y servicios financieros.

La República Dominicana se encuentra en una encrucijada histórica. La incertidumbre global debe ser asumida no como una amenaza, sino como una oportunidad para reinventar el país. La clave está en un liderazgo valiente, políticas públicas inteligentes y una ciudadanía empoderada.

 

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