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En un rincón de la frontera llamado "La Piña"

Aunque veníamos con los vidrios del auto abajo y hacía calor, se me puso la piel de gallina cuando contemplé a lo lejos la imagen del escudo dominicano en la pared de una casona; sin dudas, habíamos llegado por fin a la Escuela Básica La Ginita, en un recóndito lugar de República Dominicana llamado La Piña, a pocos kilómetros de Haití.

Pedí detener la marcha y nos desmontamos todos mucho antes de llegar.

Quería recorrer el camino a pie, sentir la dureza del terreno seco y árido, contemplar el paisaje agreste y saludar las personas que amablemente sonreían en el camino.

Increíble que en ese lugar tan desolado existiera una escuela en la que todos los días la bandera dominicana era izada en lo alto del asta, anunciando jornadas extendidas de aprendizajes y saberes.

Ya eran las cinco de la tarde, es que aunque veníamos deprisa, tardamos cinco horas en llegar.

El personal de limpieza nos dio la bienvenida e hizo diligencias para mandar a buscar al director de la escuela, Máximo Pichardo, quien aunque conocía de nuestra visita se dio un saltito por ahí a sabiendas de que el polvo y el terreno pedregoso de la carretera harían tardar nuestra llegada.

Corrimos como niños entre los intersticios del local, dispersándonos por momentos y encontrándonos al final en la cancha, que daba justo al borde de un barranco.

Algunos lugareños destajaban un cerdo mientras en la cocina, la leña ardía y la paila se preparaba para el ritual del chicharrón.

Esto de la tanda extendida es una maravilla, pensé, tanto la comunidad educativa como la gente que le rodea asumen la escuela como lo que debe ser, el espacio que une a todos.

Salía humo de la cocina de madera y olía muy rico el ambiente cuando el director llegó y empezó la reunión en la que coordinaríamos los detalles del Encuentro Vivos de la Escuela con los ritmos dominicanos.

Ruahidy Lobert, Técnico Nacional de Educación Artística en el Ministerio de Educación, Robinson Pineda, Director de Cultura de la Provincia Valverde, Yansiri Luperón, (que además de chofer hacía de fotógrafo) y yo, escuchamos al director de la escuela explicarnos que allí no tenían contacto alguno con la educación artística porque no había en ese paraje personal que pudiera realizar esa labor.

El próximo 16 de marzo estaremos por allí con charlistas, entrenadores y ensambles musicales y folclóricos de las Escuelas Libres para compartir con la comunidad las riquezas musicales y danzarias de nuestro país, momento que se convertirá en una gran oportunidad para compartir la maravilla de nuestro patrimonio artístico, y una oportunidad también, para ayudar a cada niño o niña de La Piña a descubrir su potencial creativo.

Ya en víspera de la noche, mientras nos preparamos para el retorno de aquel lugar macondiano, la leña enciende la fragua en la cocina para que la paila de la cultura y la educación alimenten los corazones de niños que por igual, tienen los mismos derechos ciudadanos que aquellos que habitan en la capital.

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