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Una isla, dos realidades

Entendidos dan fe de que más de un millón de haitianos viven en territorio dominicano, siendo la colonia extranjera más numerosa. Y para dar contundencia a su afirmación ponen de ejemplo que en lugares tan apartados de la frontera, casos de Bávaro y Las Galeras, en Samaná, tenemos la presencia haitiana en cantidades más que considerables.

Pero, según la primera encuesta nacional de inmigrantes de República Dominicana, realizada entre el 31 de julio y el 30 de septiembre de 2012, en el país residían para entonces 458,233 ciudadanos haitianos, igual al 87.3% de la población de inmigrantes, que según la ONE era de 524,633 extranjeos procedentes de 60 países del mundo.

Datos oficiales dan cuenta que en el año 2012 nacieron 43,852 bebés haitianos/as, según informaciones suministradas por el departamento de Estadísticas de Servicio Regional de Salud, del Ministerio de Salud Pública, y que publicó el periódico El Nacional en fecha 13 de febrero de 2013.

Mas que los problemas propios del intercambio comercial, las diferencias de idiomas, de cultura, entre otros, el tema migratorio y el de la nacionalidad constituyen el nudo gordiano en la relación entre los pueblos dominicano y haitiano. Todo indica que va para largo la discusión respecto a dar la nacionalidad dominicana a los hijos de haitianos indocumentados nacidos de este lado de la frontera.

Buen estratega resultó el Presidente Danilo Medina al indicarles a los comisionados de distintos organismos de Naciones Unidas que recientemente le visitaron en el Palacio Nacional, que nacionalizar como dominicanos a hijos de haitianos residentes en el país es competencia de otro poder del Estado, en este caso la Junta Central Electoral.

No hay duda, los problemas con Haití seguirán por los siglos de los siglos. Una isla, dos países unidos cual si fueran hermanos siameses, por más que traten de vivir separados, el destino les depara permanecer por siempre unidos por la propia naturaleza.

Ahondando en la historia, hay que señalar que la debilidad de España contribuyó para que, con el devenir del tiempo, Haití fuera una realidad. A principios del siglo XVII, la monarquía española ordenó la despoblación de la parte occidental de la isla Hispaniola, tarea que tuvo a cargo del gobernador de la colonia, Antonio de Osorio, con sus famosas devastaciones de los años 1605 y 1606, bajo la excusa de las sucesivas incursiones de aventureros franceses, ingleses y holandeses. A ello siguieron los sucesivos tratados de paz, y de repartición de territorios, entre países europeos, incluidos Francia y España, rubricados en los años 1678 (Nimega), 1697 (Ryswick), 1777 (Aranjuez) y 1795 (Basilea).

La corona española, enterada de la situación creada por esas incursiones en la parte occidental de la isla, y dado el virtual abandono que tenía de esa zona, ordena al gobernador Osorio proceder al desalojo de varias poblaciones, como Bayajá, La Yaguana (ubicadas entonces en la parte norte de Haití), y Puerto Plata y Monte Cristi (al norte de la parte española) para llevarlas hacia la parte Este de la isla. Esas devastaciones dieron origen a las nuevas poblaciones de Monte Plata y Bayaguana.

El historiador Manuel Vicente Hernández González refiere en su obra "La Colonización de la Frontera Dominicana (1680-1795), páginas 19 y 20, que "La despoblación de la colonia y el contrabando con navíos de otras potencias en el norte de la Isla preocupaban a la Corona. Sin embargo, Santo Domingo estaba incomunicado de forma creciente con el monopolio sevillano. Sus vecinos se veían obligados a desarrollar el contrabando de sus cueros por su creciente incomunicación. Para contrarrestarlo, la monarquía tomó la absurda medida de devastar en 1605 y 1606 las villas de la banda norte de la Isla, sumiendo a la Española en un estado de postración económica y social. Un censo de ese último año daba unas 3,000 personas blancas para la colonia, mientras que los esclavos se elevaban a 10,859".

Pero no será varias décadas después, en 1678, con la firma de la Paz de Nimega, en Europa, que comienza un acercamiento que implicó por primera vez el reconocimiento tácito del dominio francés en la parte oeste de la isla, y se planteó la delimitación del espacio a ocupar. Para entonces, España y Francia sugirieron el establecimiento del río Rebouc o Guayubín como límite en la parte norte, mientras que por el sur se trazaría una línea imaginaria, partiendo del curso de ese río hasta la isla Beata, al sur.

Pero con el correr de los años España comenzó a desentenderse de su colonia en la isla La Hispaniola. El Tratado de Paz de Ryswick, firmado por Francia, Provincias Unidas (hoy Holanda), Inglaterra, Alemania y España, el 20 de septiembre de 1697, dio lugar al reconocimiento tácito de la existencia de una colonia francesa al oeste de la isla caribeña. Ryswick, donde se rubricó el tratado, es una comunidad holandesa, y el acuerdo de paz fue suscrito por Francia, España, Holanda e Inglaterra e incluía el traspaso y control de otros territorios continentales entre esas naciones europeas.

Hernández González, cita en la página 41 de su obra que en 1693 el arzobispo Carvajal y Rivera hablaba ya de la necesidad de refundar en el norte de Santo Domingo, cerca de la frontera con Haití, el puerto de Montecristi. "Se manifestaba contrario a la decisión del Consejo de Indias de principios de la centuria de despoblar Puerto Plata, Bayajá, Montecristi y La Yaguana. Atribuye a esa decisión la pérdida de la isla". (Cita escogida de "Relaciones Históricas", de Emilio Rodríguez Demorizi,", tomo III, págs.. 107-108).

En el año 1773 el capitán general José Solano, de la parte española de la isla, y el gobernador de la parte francesa, marqués de Valiere, firmaron un acuerdo provisional en el que se definían los límites entre los territorios de ambos países en la isla. En 1776 Solano y el conde de Ennery ratificarían este acuerdo con la ayuda de una comisión de topógrafos que señalarían físicamente los límites establecidos.

Ya para 1777, cuando se firma el Tratado de Aranjuez, el 3 de junio, entre España y Francia, se establecen lo que serán las fronteras entre los territorios español y francés en la isla de Santo Domingo o Hispaniola.

En virtud del Tratado de Basilea, rubricado el 22 de julio de 1795, España logró la devolución de todo el territorio ocupado por los franceses al sur de los Pirineos, pero a cambio tuvo que ceder a Francia la parte oeste de la isla de Santo Domingo, en las Antillas Mayores.

Amparándose en ese tratado, Toussaint L'Ouverture, líder de la revolución haitiana, tomó posesión de Santo Domingo el 26 de enero de 1801, unificando la isla, y siendo una de sus primeras medidas la abolición de la esclavitud en la parte española. Pero la unificación de la isla fue breve, ya que Napoleón Bonaparte envió una gigantesca expedición a luchar contra Toussaint, al mando del general Leclerc.

Haití llegó a ser en el siglo XVIII la colonia más próspera de Francia, pero la explotación de los esclavos, hasta llevarlos a un extremo tal de sojuzgamiento, hizo estallar focos de rebelión que dieron al traste con el primer país libre de América Latina, echando por el suelo todo lo que había logrado la metrópoli.

Hoy día, Haití y República Dominicana viven una áspera realidad en que las inconformidades parecen imponerse por encima de la buena vecindad y las normas que deben existir entre dos sociedades unidas por siempre por la propia naturaleza.

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