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La espada que escribía

Un raro sueño importunó mi noche. Era una espada que tenía la extraña virtud de escribir. Sí, señores, una espada que escribía, y escribía con estilizado movimiento de fino pincel, dibujando las letras como si quisiera dibujar la vida.

Con estirpe de acero reluciente, escribía entintando la punta en un tintero con los colores del arcoíris. Hasta su brillo cortaba el pesado aire de noches tenebrosas que vivía la ciudadanía.

Enfermiza madrugadora, a las 5 de la mañana de cada día, ya el estoque estaba husmeando en la arboleda social y escribiendo de todo lo que pasaba en su entorno, que no era solo la ciudad donde vivía, sino el espectro nacional de la república.

De súbito, la hoja adquiría movimientos defensivos, como si estuviera en la mano izquierda de un experto espadachín de la Era Medieval. Les dije que era un sueño raro.

Todas las mañanas, a las siete en punto, la espada se paraba frente a la ventana de su casa colonial, adoptaba una postura espigada, como conferencista en el pódium y leía lo escrito, a los arboles o a la gente que aplaudían igual de delirantes.

La fama se extendió por toda la sociedad y el derredor de su morada se convirtió en un auditórium sin columnas griegas, que esperaban con ansiedad sus “catilinarias” de reluciente metal. Les repito que fue un sueño raro.

Tal era la vocación filantrópica de la espada, que en las noches sin luna. salía a las calles a prestar su luz para alumbrar generosamente la vida de los transeúntes.

Sin saberlo, había fundado una escuela pictórica literal que estaba atrayendo a toda la sociedad, un estilo de dibujar las letras, con mensajes que se apoderaron de la atención de sus coetáneos.

Orlando Martínez.

Cierto día, la espada recibió un mensaje, para advertirle que estaba obstruyendo la labor de una vieja escuela que en vez de mandobles, utilizaba puñales que además de entintar la punta en tinteros humanos, dibujaban las letras en lápidas y salían cada noche a cortar flores, preferiblemente capullos, que consideraban de perfumes repelentes. Según ellos eran misiones de preservación y limpieza del jardín social.

De pronto se convocó al tribunal de la historia, para resolver la disputa entre la nueva escuela y la vieja, más bien anciana escuela. La única acusación de los puñales fue que la espada escribía en un lenguaje extraño.

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